La piel Curzio Malaparte

Páginas: 439 (109535 palabras) Publicado: 21 de septiembre de 2015
CURZIO MALAPARTE

LA
PIEL

E D I C I O N E S G . P. B A R C E L O N A

Título original:
LA PELLE
Traducción de
M. BOSCH BARRETT

Portada de

GRACIA
© Ediciones G. P., 1969
Enrique Granados, 86-88, Barcelona
Depósito Legal: B. 29.361-1969

Difundido por
PLAZA & JANÉS, S. A.
Barcelona: Enrique Granados, 86-88
Buenos Aires: Montevideo, 333
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Bogotá: Carrera 8.ªNúms., 17-41

LIBROS RENO son editados por
Ediciones G. P., Apartado 519, Barcelona,
e impresos por Gráficas Guada, S. R. C.,
Virgen de Guadalupe, s/n.
Esplugas de Llobregat (Barcelona) - ESPAÑA

CAPÍTULO PRIMERO

La peste

Eran los días de la «peste» de Nápoles. Todas las tardes, a las cinco, después de media hora de punchingball y una ducha caliente en el campo de deportes de la Peninsular BaseSection, el coronel Jack
Hamilton y yo bajábamos a pie hacia San Fernando, abriéndonos paso a codazos entre la muchedumbre
que, del alba a la hora de la queda, se arremolinaba alborotando en Via Toledo.
Jack y yo nos encontrábamos limpios, lavados y bien nutridos, en medio de aquella terrible muchedumbre de napolitanos escuálidos, sucios, hambrientos y vestidos de harapos, a quienes los grupos desoldados de los ejércitos liberadores, compuestos por individuos de todas las razas de la tierra, injuriaban
en todas las lenguas y dialectos del mundo. El honor de ser liberado antes que a otro le correspondió en
suerte al pueblo napolitano; y para festejar un tan merecido premio, mis pobres napolitanos, después de
tres años de hambre, epidemias y feroces bombardeos, habían aceptado de todo corazón,por piedad hacia
la patria, la codiciada y envidiada gloria de recitar el papel de un pueblo vencido, de cantar, palmotear y
saltar de alegría entre las ruinas de sus casas destruidas, de hacer ondear banderas extranjeras enemigas
hasta el día anterior, y arrojar por las ventanas flores sobre los vencedores.
Pero, pese al universal y sincero entusiasmo, no había en toda Nápoles un solo napolitanoque se sintiese vencido. No sabría decir cómo pudo nacer ese extraño sentimiento en el corazón del pueblo. No cabía la menor duda de que Italia, y por consiguiente Nápoles, había perdido la guerra. Es indudablemente
más difícil perder una guerra que ganarla. Para ganar una guerra todo el mundo sirve, pero no todo el
mundo es capaz de perderla. Sin embargo, no basta perder una guerra para sentirseun pueblo vencido.
Esto era, sin duda alguna, una grave falta de tacto. Pero, ¿podían acaso los aliados pretender liberar a los
pueblos y obligarlos al propio tiempo a sentirse vencidos? O libres o vencidos. Sería injusto culpar al
pueblo napolitano de que no se sintiese ni libre ni vencido.
Mientras caminaba al lado del coronel Hamilton, me sentía maravillosamente ridículo con mi uniformeinglés. Los uniformes del Cuerpo Italiano de Liberación eran viejos uniformes ingleses de color kaki,
cedidos por el Mando Británico al mariscal Badoglio, y teñidos — acaso para ocultar las manchas, de
sangre y los agujeros de las balas — de un verde oscuro, color de lagarto. Eran, en una palabra, uniformes
de los que se había despojado a los soldados británicos caídos en El Alamein y en Tobruk. En miguerrera
se veían tres agujeros de proyectiles de ametralladora. Mi camiseta, mi camisa y mis calzoncillos estaban
manchados de sangre. Incluso mis zapatos habían sido quitados al cadáver de un soldado inglés. La primera vez que me los puse noté algo que se me clavaba en la planta del pie. Pensé, de momento, que hubiese quedado algún huesecillo del muerto incrustado en la suela. Era un clavo.Hubiera sido mejor, quizá, que hubiese quedado un huesecillo del muerto; me hubiese sido más fácil quitarlo. No había nada que
decir; para nosotros había acabado bien aquella estúpida guerra. No podía ciertamente haber acabado mejor. Nuestro amor propio de soldado vencido estaba a salvo; ahora combatíamos al lado de los aliados para ganar juntos su guerra después de haber perdido la nuestra, y era,...
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