La Telarana De Carlota E

Páginas: 131 (32527 palabras) Publicado: 1 de septiembre de 2015
Ésta es la historia de una nia que quería a un
cerdito llamado Wilbur, y de una queridísima
amiga de Wilbur llamada Carlota, una hermosa
y gran araa gris, que vivía con él en la granja.
Carlota idea un magnífico plan para salvar la
vida a Wilbur que llevará a cabo con la ayuda de
toda la granja e incluso la de Templeton, una
rata que se resiste a cooperar.

E. B. White

La telaraa de CarlotaePub r1.0
nal as s s 04.09.13

Título original: Charlotte’s Web
E. B. White, 1952
Traducción: Guillermo Solana Alonso
Ilustraciones: Garth Williams
Editor digital: nalasss
ePub base r1.0

I. Antes del
desayuno
—¿Adónde va papá con esa hacha?
—preguntó Fern a su madre mientras
ponían la mesa para el desayuno.
—A la cochiquera —replicó la
señora Arable—. Anoche nacieron unos
cerditos.
—No veo porqué necesita el hacha
—continuó Fern, que sólo tenía ocho
años.
—Bueno —respondió su madre—.
Uno de los lechones es canijo. Está muy
débil y pequeño y jamás llegará a nada.

Así que tu padre ha decidido acabar con
él.
—¿Acabar con él? —chilló Fern—.
¿Quieres decir que va a matarlo? ¿Y
sólo porque es más pequeño que los
demás?
La señora Arable puso un cuenco de
nata sobre la mesa.
—¡No grites,Fern! —dijo—. Tu
padre hace bien. De cualquier modo el
cerdo morirá, probablemente.
Fern apartó una silla de un empujón
y corrió afuera. La hierba estaba húmeda
y la tierra olía a primavera. Cuando
alcanzó a su padre, las playeras de Fern
estaban empapadas.

—¡Por favor, no lo mates! —gritó

llorando—. ¡Es injusto! El señor Arable
se detuvo.
—Fern —le dijo cariñosamente—
tienes que aprender adominarte.
—¿A dominarme? —chilló Fern—.
Es una cuestión de vida o muerte y tú me
dices que me domine.
Las lágrimas corrían por las mejillas
de la niña. Trató de quitarle a su padre
el hacha.
—Fern —le explicó el señor Arable
—. Yo sé más que tú acerca de criar una
carnada de cerdos. Uno que nazca débil,
siempre es causa de problemas. ¡Ahora,
vete corriendo!
—Pero es injusto —gritó Fern—.

No es culpadel cerdito haber nacido tan
pequeño. ¿Me habrías matado a mí si yo
hubiera sido muy pequeña cuando nací?
El señor Arable se sonrió.
—Pues claro que no —dijo mirando
con cariño a su hija—. Pero esto es
diferente. Una cosa es una niña pequeña
y otra muy diferente un cerdo
encanijado.
—Yo no veo la diferencia —replicó
Fern, agarrando todavía el hacha—. Éste
es el caso más terrible de injusticia queyo he conocido.
Una curiosa mirada asomó a la cara
de John Arable.
—De acuerdo —dijo—. Vuélvete a

casa y yo te llevaré el lechón.
Empezarás por darle el biberón, como si
fuera un bebé. Ya verás entonces todo el
trabajo que eso supone.
Cuando media hora más tarde
regresó a su casa, el señor Arable
llevaba una caja de cartón bajo el brazo.
Fern estaba arriba, cambiándose de
calzado. La mesa de lacocina estaba
preparada para el desayuno y la
habitación olía a café, a panceta, a yeso
húmedo y al humo de la madera que
ardía en el fogón.
—¡Déjalo en su silla! —dijo la
señora Arable. Y el señor Arable puso
la caja de cartón en el sitio reservado a

Fern. Luego se acercó a la pila, se lavó
las manos y se las secó en la toalla.
Fern bajó lentamente las escaleras.
Sus ojos estaban enrojecidos detanto
llorar. Cuando se acercó a su silla la
caja de cartón se agitó y se oyó el ruido
que el lechón hacía al frotarse contra los
costados. Fern miró a su padre. Luego
levantó la tapa de la caja. Allí dentro,
observándola, estaba el cerdito recién
nacido. Era blanco. La luz de la mañana
traspasaba sus orejas, volviéndolas de
un color rosa.
—Es tuyo —dijo el señor Arable—.
Salvado de una muerteprematura. Y que
el Señor me perdone por cometer esta

tontería. Fern no podía apartar los ojos
del cerdito.
—Oh —murmuró— miradle. Es
verdaderamente
perfecto.
—Cerró
cuidadosamente la caja. Primero besó a
su padre y luego besó a su madre.
Después volvió a levantar la tapa y sacó
el cerdito, apretándolo contra su mejilla.
En aquel momento entró en la cocina su
hermano Avery. Avery tenía diez...
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