La Tierra Roja

LA TIERRA ROJA

Elena Pedrero
(Este relato resultó en segundo lugar en el I Concurso Literario de Relato Corto Centro Comercial Thader-Universidad de Murcia, celebrado el año 2006).

No hablo nunca con los chicos del barrio. Siempre se burlan de mí. Por eso, poco a poco, me he ido apartando y ya no intento caerles bien o ser su amiga.
Desde mi ventana, en nuestro apartamento del segundo piso,los distingo muy bien en el pequeño descampado donde se alzaba la vieja tienda de comestibles del señor Yianse. Al morir él, su hijo la vendió a una constructora. La derribaron una madrugada, cargando varios camiones y dejando atrás restos de los muros que, para sorpresa de los vecinos y disgusto de las madres de la chiquillería, nunca volvieron a recoger.
Los observo cuando se reúnen entre losescombros. Puedo pasarme horas viéndolos detrás del visillo rosa que me compró mi madre el verano pasado. Los miro hasta que anochece o se marchan porque llovizna y el viento del este sopla, levantando remolinos tristes de papeles y plásticos sucios. A veces, entra mi madre y enciende la lámpara de mi escritorio, sacándome de mis pensamientos y obligándome a alejarme de la ventana.
No quiero queme vean. Hace tiempo que se olvidaron de mí pero yo, aunque no lo sepan, soy la que mejor les conoce.

De todos ellos, el más extraño es Steven. No porque sea un chico feo o desaliñado, más bien todo lo contrario. Rubio, el pelo corto y rizado, tiene un cuerpo alto y delgado bien proporcionado. Siempre lleva ropa limpia y de buena calidad. Podría ser un muchacho agradable, de esos queaparecen en las revistas como prototipo de adolescente americano aspirando a graduarse, ir a la universidad y ser el mejor bateador de su equipo de béisbol. Podría serlo… pero hay algo en él que me recuerda las ostras que compra mi abuela por Navidad y que, a veces, al abrirse, tienen un olor extraño que te llena de melancolía.
Steven siempre está solo, hermético, retraído, la expresión cerrada, comofijando interiormente su mirada en un punto pequeño e imaginario situado al final de su nariz, entre sus pecas. Invariablemente, se sienta sobre un gran bloque que quedó olvidado cuando los obreros retiraron los escombros. No se mueve, no habla con nadie y, con los hombros caídos, espera. Simplemente, deja transcurrir las horas. A veces, noto estremecerse sus párpados y sus labios, como los niñoscuando duermen profundamente. Su madre, la señora Cassali, se mudó de barrio hace tiempo pero él vuelve cada día a su peculiar asiento, imperturbable, lejos de ella.
Conozco bien a la señora Cassali, vivía cerca de casa y muchas veces le oí comentarios a mi padre, a voz baja, en la cocina. Me recuerda esos animales que, por perversión o defecto de la naturaleza, se comen a sus crías. Es como uninmenso insecto que mueve incansablemente las mandíbulas. La señora Cassali habla siempre, continuamente, sin cesar. No deja opinar a su hijo. Ni siquiera contestar a sus propias preguntas: pregunta
-contesta, pregunta -contesta,… y él baja la cabeza, y sus ojos se tornan más grises, acuosos, casi transparentes.

En el descampado, entre la tierra roja, una corona se ha formado en torno al hormigón,hierbajos creciendo llenos de ortigas e insectos. He visto como Steven lleva sumo cuidado en no manchar el bajo de su pantalón con restos de ese parterre de jardín abandonado. Eleva ligeramente las piernas, negando a sus talones el cómodo apoyo sobre la piedra. No quiere llevar ninguna huella que descubra su refugio. Nada. Ni un indicio, ni una pista. Su madre lo registra todo, lo examina todo,lo huele todo, absorbiendo así cualquier soplo de su hijo, haciéndolo suyo también.
La señora Cassali no puede imaginar que vuelve a ese barrio que ella desprecia y que abandonó para siempre, con tanto sacrificio y esfuerzo.
Yo le observo durante horas, casi tan inmóvil como él. Mi mirada revolotea alrededor. Siento su tristeza y su vergüenza por ser hijo de esa devoradora.

Quisiera tanto...