La vida es bella
Benigni es un maestro del humor y la sátira
Si bien mantenemos una posición harto escéptica sobre la supuesta calidad que atribuye a un filme su nominación eincluso la premiación con un Óscar, en este caso debemos hacer un tanto de lado nuestra postura y decir “pocas veces han debido darse premios mejor merecidos” de los que recibió el pasado domingo tanto lapelícula como su protagonista, por cierto también guionista y realizador de la misma. Roberto Benigni (“Johnny Stecchino”, “El Monstruo”, ambas desconocidas en nuestro medio) encarna el papel deGuido Orefice, un acrobático vagamundo, de orígenes judíos, que tiene el don de la simpatía espontánea y una agilidad mental envidiable por donde se la mire. Al inicio de la trama (1939) se nos presentaen Arezzo, camino a Roma, en compañía de su inseparable amigo y secuaz Ferrucio (Sergio Brusic). Al llegar a una granja, se producirá el primer encuentro con Dora (Nicholetta Braschi), una simpáticaprofesora que con el paso de la proyección llegará a ser su esposa –tal como es en la vida real–. Ya en Roma, Guido y Ferrucio se alojan en casa del tío Eusebio Orefice (Giustino Durano), un mâitre quellevará a Guido para trabajar como camarero. Entre divertidas y ocurrentes situaciones, la primera parte del filme está llena de sátiras contra el fascismo regente en ese entonces, como las secuenciasen que Benigni se hace pasar por inspector del ministerio de Educación y se pone la cinta con la bandera por entre sus genitales, mientras arma un enredado discurso sobre la superioridad de la razaitaliana; o aquélla en que un oficial del régimen saluda el ingreso de una torta etíope llevada por un cuarteto de negros y segundos después saluda el paso de un caballo teñido de verde por perteneceral hebreo Eusebio Orefice.
La segunda parte de la trama se inicia con la presentación del pequeño Josué (Giorgio Cantaron), hijo del matrimonio entre Guido y Dora, un...
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