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Páginas: 7 (1743 palabras) Publicado: 15 de octubre de 2015
En la laguna más profunda

ÓSCAR COLLAZOS

Las Tres Edades Ediciones Siruela

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Nada sucedió de repente –dijo mi madre.

Primero tuvo olvidos muy tontos, como no saber
dónde había dejado las gafas, no encontrar el par
de zapatos que iba a ponerse en la noche, o elegir y
ponerse un zapato negro y otro amarillo. Ella, que
había sido tan elegante y austera,decían mis padres,
se vestía con blusas de un color escandaloso, y ese
color no combinaba con una falda discreta.
En fin, cosas de esas.
–Olvidos sin importancia –decía mi madre.
–Nada grave –añadía mi padre.
Se levantaba de buen humor, saludaba de beso a
todo el mundo y decía que hacía un día espléndido.
Usaba mucho esta palabra: espléndido. Todo lo bueno
y agradable a su vista era espléndido.Recordaba haberle oído esa palabra hacía mucho
tiempo. Desde ese día se me grabó en la memoria.
Estábamos en su casa de campo, como lo hacíamos
casi todos los fines de semana. La noche anterior
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le había prometido que la acompañaría a su paseo
de cada mañana y ella me había pedido que fuera
puntual.
–Te espero vestida y lista a las seis y media de la
mañana–me dijo–. En el camino, desayunamos con
frutas.
Así que a las seis y media de la mañana del día si­
guiente, allí estaba yo, lista para dar mi primer paseo
con la abuela.
Caminamos entre los árboles, pisando las hojas
todavía húmedas.
–Las moja el rocío de la madrugada –dijo.
Sostenía con la mano un palo rústico, a manera de
bastón. Lo apoyaba en el suelo y removía las hojas
del suelo, como si lasseleccionara entre las que se­
guían intactas y las que se estaban pudriendo entre
el lodo y los gusanos de tierra. Se detenía a cada
momento. Removía las hojas como si buscara alguna
sorpresa en el montón.
–¿No te da miedo que salte de las hojas una cule­
bra? –le pregunté intrigada.
–¿Me quieres meter miedo?
Me dijo que el palo le servía para medir la con­
sistencia del suelo y, cómo no, parasaber si había
pequeñas culebras escondidas entre las hojas secas
y mojadas.
–¿Encontraste alguna vez una culebra?
–¿Una vez? –se preguntó–. ¡Muchas veces! Si uno
las ve enroscadas en un árbol o deslizándose por el
suelo, lo mejor es quedarse quieta y dejarlas pasar.
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A veces una las ve cruzar el camino, como si huyeran
de los humanos.
–¿Y con unaserpiente?
–¿Una serpiente? –se quedó dudando–. Sí, pero
en las selvas del Pacífico. ¡Era así de grande! –dijo
extendiendo los brazos–. Pero nos dejó pasar de lar­
go como si fuéramos una visita.
Yo no sabía ni me interesaba saber si la abuela
había estado alguna vez en las selvas del Pacífico. La
imaginaba abriéndose camino en medio de árboles
gigantescos, atravesando en canoa pantanos plagados
de fieras,espantando a los mosquitos y durmiendo
en chozas de indígenas en las cabeceras de los ríos.
–Yo saldría corriendo –le respondí, haciendo un
gesto de pánico.
–¡Cómo es de espléndida la naturaleza! –exclamó,
agarrándome del brazo.
Me señaló las hojas húmedas y me dijo que al pu­
drirse encima de la tierra permitían que la natura­
leza siguiera viviendo con lo que moría. En verdad,
nada moría,añadió. Lo que parecía haber muerto
servía para dar vida de nuevo. Removía la tierra y
señalaba los gusanos que sobresalían entre yerbajos
podridos. También los gusanos daban vida.
La abuela se detenía frente a los árboles y decía
sus nombres en voz alta. Me llamó la atención la
manera como pronunciaba esos nombres y el cari­
ño que ponía al acariciar sus cortezas o deslizar la
mano por las hojas. Eracomo si los árboles fueran
sus más viejos amigos. Apartaba con cuidado las ra­
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mas de los arbustos que crecían a ambos lados del
camino.
–Este caucho debe de tener como cuarenta metros
de altura –me dijo–. Lo llaman Ficus tequendamae.
Alzó la vista al cielo y me mostró con la punta de
su palo las orquídeas que crecían en el tronco del
caucho.
–¡Es...
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