Las Perras de Teofilito, escritor hondureño

Jálele don Teofilito
Ansiosos esperábamos la medianoche de aquel 24 de diciembre. En nuestra humilde casa, varios
amigos, tizón en mano, se aprestaban a reventar cohetes y morteros para celebrar la llegada del
niño Dios.
Cuando los relojes dieron las doce en punto, la vecina doña Loncha, ágil como nunca, corrió a
descubrir al redentor del mundo que reposaba en un bello nacimientoconfeccionado por ella en su
casa.
A todo esto comenzaron los brindis y los abrazos, así como la reventazón de cohetes, morteros,
bombas y chifladores, sin faltar las luces de bengala en manos de los más pequeños.
Cuando nos disponíamos a continuar el baile, Juan, el hijo de doña Loncha, impuso silencio para
hacer un brindis:
-Brindo –dijo- por la felicidad de todos, y perdonen porque ando bien amaceta, ¡muchas gracias!
¡muchas gracias! ¡muchas gracias!
Y cuando todos creíamos que había terminado sus palabras, tambaleándose como un palo de
coco cuando lo mece el viento, agregó:
-¡Ah, me falta algo!- y sacó el revólver para hacer cinco disparos al aire. -Cada uno de estos
cachimbazos lleva dedicatoria a esos que me quieren faltar al respeto- y con la misma cayó
fondeado en el escaño delcorredor.
La actitud de Juan entusiasmó a la muchachada, a tal grado que empezó a gritar:
-¡Que dispare Teofilito! ¡Que dispare Teofilito!
Esa exhortación me empezó a incomodar, pues aunque yo, por aquello de las dudas, siempre
cargo mi 38, no soy dado a gastar mi parque (y no me acusen de cuña) en puras babosadas, como
decía don Plutarco Muñoz.
Con deliciosa coquetería (y allí sí estuve apunto de derretirme) una bonita muchacha,
sujetándome del brazo y estampando en mi mejilla un beso que me hizo cosquillitas, me reclamó
con cantarina voz:
-¡Por favor Teofilito, no lo haga por nosotros, sino en honor del niño Dios!
Vaya, pensé yo, ¡qué bonita manera de homenajear al niño Dios, disparando una pistola!
Los niños, desgalillándose, gritaban en coro:
-¡Qué dispare Teofilito! ¡Quedispare Teofilito!
Reuniendo fuerzas, como para no arrepentirme, di un salto de ninja hacia el patio, caí parado como
vaquero del antiguo oeste, me arrisqué el sombrero, saqué aquel mazo mohoso de mi cintura y con
mirada de John Wayne lanzada al infinito jalé el gatillo oyéndose un bummmm horroroso que le dio
vuelta a la comunidad y retumbó en toda la costa norte de Honduras, donde algunoscreyeron que
había caído otra bomba, más poderosa que las que los gringos –¡para defender la democracia!lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki.
Algunos de los que me acompañaban quedaron sordos de por vida (lo que les da la ventaja de no
escuchar los noticieros nacionales), otros sufrieron quemaduras y los menos afectados fueron
víctimas de un pequeño desmayo.
Mi pistola, mi pobre pistola 38 quenunca había disparado ni un tiro pues yo soy hombre de paz
(aunque ya me han acusado de subversivo), quedó fragmentada en mil pedazos, y su dueño, o sea
Teófilo Trejo Pérez, fue a dormir esa noche tras las rejas por escandalizar en plena vía pública.
¡Vean si no pasé un buen 24 de diciembre, todo por servir de carreta a los que me pedían que le
jalara al gatillo!

Otra “perra” para que no seanfanáticos de la política: El Último adiós
En los últimos meses me gané la vida vendiendo tierra blanca que extraía, con la colaboración de
Conchita, de un barranco que iba quedando más hueco que la cabeza de los políticos hondureños.
La tierra era utilizada para repellar casas, cuya fachada lucía muy bonita después que las
remozaban.
De mi trabajo lo que más me gustaba era la posibilidad queme daba de piropear a Conchita, a
quien admiré desde mi juventud, sobre todo por esas caderas de tinajón de barro que se carga
para alborotar a los hombres.
Me gustaba contarle “perras”, que la hacían reír hasta más no poder. Ella recordaba a menudo que
desde que yo era niño le tiraba el cuento, sin que me parara bola, pues en aquel tiempo –y todavía
ahora que estoy bajo cuatro cuartas de...