Lector

Páginas: 6 (1253 palabras) Publicado: 24 de enero de 2013
El joven pálido se acomodó cuidadosamente en la silla y movió la cabeza a un lado, reclinándola en la pared, para que el tapiz fresco le aliviara la sien y la mejilla.

—Ay, mi amor —dijo—. Ay, ay, ay, ay mi amor. Ay.

La muchacha de ojos claros, sentada en el sofá, erguida y tranquila, le sonrió vivamente.

—¿Ya no te sientes tan bien como ayer? —dijo ella.

—Qué va, estoy muy bien —dijoél—. Estoy flotando. ¿Sabes a qué hora me levanté? A las cuatro de la tarde, en punto. Traté de levantarme, pero cada vez que quitaba la cabeza de la almohada, se me iba rodando abajo de la cama. La cabeza que traigo puesta no es la mía. Creo que ésta era de Walt Whitman. Ay, mi amor. Ay, ay, mi amor.

—¿Tú crees que con un trago te sentirías mejor? —dijo ella.

—¿Un poco de lo que me noqueóanoche? —dijo él—. No, gracias. Por favor ya nunca vuelvas a mencionarme eso. 

Estoy muerto. Estoy muerto, completamente muerto. Mira mi mano; tan quieta como un colibrí. ¿Y me vi muy mal anoche? 

—Ay, no inventes —dijo ella—, todo el mundo se puso hasta atrás. Tú estuviste muy bien.

—Claro —dijo él—. Seguro se me salió lo galán. Todos deben estar enojados conmigo. 

—Por favor, claroque no —dijo ella—. Todos se divirtieron con lo que hacías. Claro que Jim Pierson se enojó un poco a la hora de la cena. Pero la gente lo regresó a su silla y lo calmaron. En las otras mesas ni se dieron cuenta. Nadie se dio cuenta. 

—¿Me iba a pegar? —dijo él—. Ay, Dios mío. ¿Qué hice?

—Nada, no hiciste nada —dijo ella—. Estuviste perfectamente bien. Pero ya sabes cómo se pone Jim a veces,cuando se le ocurre que alguien se está metiendo con Elinor.

—¿Me le lancé a Elinor? —dijo él—. ¿Eso hice?

—Claro que no —dijo ella—. Sólo estuviste haciéndole chistes, eso fue todo. Le pareciste simpatiquísimo. Ella estaba muy divertida. Sólo una vez se desconcertó un poco: cuando le echaste por la espalda el caldo de almejas.

—No, no me digas —dijo él—. Caldo de almejas por la espalda.Cada vértebra como concha. Ay, Dios mío. ¿Qué voy a hacer? 

—No te preocupes, ella no te va a decir nada —dijo ella—. Nomás mándale unas flores, o algo así. Por eso no te preocupes. No es nada.

—No, si no me preocupo —dijo él—, ni tengo nada de qué apurarme. Estoy muy bien. Ay, mi amor, ay. ¿Y qué otro numerito hice en la cena?

—Ninguno. Estuviste muy bien —dijo ella—. No te pongas así poreso. Todo el mundo estaba fascinado contigo. El maître d’hôtel se apuró un poco porque no parabas de cantar, pero en realidad no le importó. Sólo dijo que tenía miedo de que con tanto ruido le volvieran a cerrar el lugar. Pero ni a él le importó. Bueno, estuviste cantando como una hora. Pero después de todo, no fue tanto ruido. 

—Entonces me puse a cantar —dijo él—. Un hitazo de seguro. Mepuse a cantar.

—¿Ya no te acuerdas? —dijo ella—. Estuviste cantando una tras otra. Todo el mundo te estaba oyendo. Les encantó. Lo único fue que insistías en cantar una canción sobre no sé qué fusileros o qué cosa, y todo el mundo empezó a callarte, pero tú empezabas de nuevo. Estuviste maravilloso. Hubo un rato en que todos tratamos que dejaras de cantar, y que comieras algo, pero no queríassaber nada de eso. En serio que estuviste divertido.

—¿Qué, no probé la cena? —dijo él.

—No, nada —dijo ella—. Cada vez que venía el mesero a ofrecerte algo, te lo echabas en la bolsa: porque le decías que él era tu hermano perdido, que una gitana lo había cambiado por otro en la cuna, y que todo lo tuyo era de él. El mesero estaba doblado de la  risa.

—Seguro —dijo él—. Seguro que estuvecómico. Seguro que fui el Payasito de la Sociedad. ¿Y luego qué pasó, después de mi éxito arrollador con el mesero? 

—Pues nada, no mucho —dijo ella—. Te entró una especie de tirria contra un viejo canoso que estaba sentado al otro lado del salón, porque no te gustó su corbata de moño y querías decírselo. Pero te sacamos antes de que el otro se enojara. 

—Ah, ya nos salimos —dijo él—. ¿Y pude...
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