los brujos de ilamatepeque

Páginas: 8 (1896 palabras) Publicado: 26 de marzo de 2014
 Los brujos de ilametepeque..
Libro primero
El Regreso
Se han detenido en la colina dos hombres descalzos, medianos de estatura, robustos, de legítima estirpe indígena. Sus sombreros empalmados, de ilama, están sucios, como sus pantalones y camisas de manta dril. Cada uno lleva su maleta cargada con mecapal y su cuchillo envainado, pendiente del cinturón de cuero.Ambos se han detenido para contemplar con regocijo el poblado de Ilamatepeque, tendido a sus pies en la planicie, junto al río Ulúa, en el departamento de Santa Bárbara. Una sonrisa grata ilumina sus rostros cobrizos y. tostados de soles y vientos. Les embarga la emoción del retorno a su pueblo, después de tantos años de ausencia. Y, no obstante el tiempo, parece que nada ha cambiado. Ahí está laiglesia, aún sin repellar, con sus altas torres y su silencio; quizás es la misma cruz del perdón, frente a la plaza quieta, donde los burros sestean bajo los jiquilites. Allá, el Cabildo Municipal, o sea la Sala Consistorial, con su misma puerta ancha y su corredor de pilastras blancas, donde el Alcalde solía reunir al pueblo para las grandes determinaciones comunales. La casa blanca, encalada, deGervasio Lázaro, el buen don Gervasio, que les arrendaba tierras para sus maizales y frijolares. También se ve la casa de don Antonio Tróchez, con su cerco de piedra y sus árboles frutales, donde siempre vigilaban unos perros terribles. Don Antonio era el padrino de casi todos los jóvenes del lugar. Se contemplaban, asimismo, el Barrio Arriba y el Barrio Abajo. Además, las barracas antiguas, encuyos patios rojizos, las mujeres tejían obras de palma o elaboraban el mezcal del henequén para los señores de Santa Bárbara.
Los dos hombres se beben todo el panorama bucólico del pueblo con sed de cariño y de recuerdos. Ahí pasaron su niñez y su adolescencia; ahí aprendieron a trabajar y a endurecer la vida en las labores campesinas, junto a los ilamatepeques, sus hermanos de sangre y religión.- ¡Al fin, mano Teo! ¡Hacía un tiempal que no mirábamos nuestro pueblo! ¡Está igualito!
- Ni más ni menos. Mire: hasta el mismo palo ensebado para los cipotes, en las fiestas de San Cristóbal.
- Pero muchas gentes deben haber "pelado el ojo".
- Eso sí, manito, aunque aquí, a lo mejor, ni "la pelona" pasa.
Ríen con más anchura y, a pasos largos, bajan la colina por el sendero pedregoso. Lesentusiasman los maizales en flor, los ayotales y sandiales, que ya tienen frutos; los zanates y las pionas, impacientes en espera de las mazorcas que han de devorar, aún en contra de la presencia de los espanta‑pájaros y los gritos de los hombres enojados.
Cipriano y Doroteo Cano, hijos de la misma sangre, van contentos hacia donde está ubicada su casa antigua, al otro lado del pueblo, y dondeestarán sus progenitores, sin pensar que sus hijos vienen de regreso. ¡Qué sorpresa se van a llevar los viejos al ver llegar a sus hijos, por tanto tiempo perdidos! Los pensamientos gratos de los dos hombres, relinchan como potros en la llanura.
En la ribera sombreada del Ulúa, hay varias mujeres, indígenas como ellos; lavan el maíz cocido, para tortillas, utilizando grandes guacales, mientras otrasmuchachas, conversando animadamente, llenan tinajas de barro con agua transparente para llevarla a sus casas, cargándola en la cabeza sobre un yagual. Todas andan descalzas.
- Buenas tardes, niñas.
- Buenas tardes, cristianos.
Por mucho que ellos escrutan, queriendo reconocer a alguna de las muchachas, es muy difícil, Son caras desconocidas. En voz baja, las mujeres se preguntan que quiénesserán esos forasteros porque ninguna los conoce. Es hasta después de pasar el río Ulúa, cuando van trotando hacia las chozas del Barrio Abajo, a orillas del poblado, que una mujer madura, Narcisa López, sacando de su baúl de recuerdos hasta el último trapo, reconoce a los hombres.
- ¡Esos dos no son forasteros: ellos son Cipriano y Doroteo Cano, los hijos del finado Chilo! ¡Vaya, sí aquí todo el ...
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