manifiesto
Dossier elaborado por Juan Agustín Mancebo.
Traducción: Marta Mozzillo
La Arquitectura Futurista. Manifiesto
Antonio Sant´Elia
Después del siglo XVIII la arquitectura dejó de existir. A la mezcla destartalada de los
más variados estilos que se utiliza para disfrazar el esqueleto de la casa moderna se
le llama arquitectura moderna. La belleza novedosa del cemento y del hierro es
profanada con la superposición de carnavalescas incrustaciones decorativas que ni las
necesidades constructivas ni nuestro gusto justifican, y que se originan en la
antigüedad egipcia, india o bizantina o en aquel alucinante auge de idiotez e
impotencia que llamamos neoclasicismo.
En Italia se aceptan estas rufianerías arquitectónicas y se hace pasar la rapaz
incompetencia extranjera por genial invención, por arquitectura novísima. Los jóvenes
arquitectos italianos (los que aprenden originalidad escudriñando clandestinamente
publicaciones de arte) hacen gala de su talento en los nuevos barrios de nuestras ciudades, donde una alegre ensalada de columnitas ojivales, grandes hojas barrocas,
arcos góticos apuntados, pilares egipcios, volutas rococó, amorcillos renacentistas,
rechonchas cariátides presume de estilo seriamente y hace ostentación de sus aires
monumentales. El caleidoscópico aparecer y desaparecer de las formas, el
multiplicarse de las máquinas y las crecientes necesidades impuestas por la rapidez
de las comunicaciones, por la aglomeración de la gente, por la higiene y por otros
cientos de fenómenos de la vida moderna no dan ningún quebradero de cabeza a
estos autollamados renovadores de la arquitectura. Con los preceptos de Vitrubio, de
Vignola y de Sansovino en la mano, más algún que otro librillo de arquitectura
alemana, insisten tozudos en reproducir la imagen de la imbecilidad secular en
nuestras ciudades, que deberían, por el contrario, ser la proyección fiel e inmediata de
nosotros mismos.
De esa manera, este arte expresivo y sintético se ha convertido, en sus manos, en un
ejercicio estilístico vacío, en un revoltijo de fórmulas malamente amontonadas para camuflar de edificio moderno al mismo contenedor de piedra y ladrillo inspirado en el
pasado. Como si nosotros, acumuladores y generadores de movimiento, con nuestras
prolongaciones mecánicas, con el ruido y la velocidad de nuestra vida, pudiéramos
vivir en las mismas casas, en las mismas calles construidas para las necesidades de
los hombres de hace cuatro, cinco o seis siglos. Ésta es la suprema idiotez de la arquitectura moderna, que se repite por la complicidad
mercantil de las academias, domicilios forzados de la inteligencia, en las que se obliga
a los jóvenes a copiar onanísticamente los modelos clásicos, en lugar de abrir del todo
su mente a la búsqueda de los límites y la solución del nuevo y acuciante problema: la
casa y la ciudad futuristas . La casa y la ciudad espiritual y materialmente nuestras, en las cuales nuestra agitación pueda desarrollarse sin parecer un grotesco
anacronismo.
El problema de la arquitectura futurista no es un problema de readaptación lineal. No
se trata de encontrar nuevas formas, nuevos perfiles de puertas y ventanas, ni de
sustituir columnas, pilares, ménsulas con cariátides, moscones y ranas. Es decir, no se
trata de dejar la fachada de ladrillo visto, de revocarla o de forrarla de piedra, ni de
marcar diferencias formales entre el edificio nuevo y el antiguo, sino de crear exnovo
la casa futurista, de construirla con todos los recursos de la ciencia y de la técnica,
satisfaciendo noblemente cualquier necesidad de nuestras costumbres y de nuestro ...
Regístrate para leer el documento completo.