Margaret Mead

Páginas: 7 (1725 palabras) Publicado: 3 de mayo de 2014

UN DÍA EN SAMOA Margaret Mead
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L La vida del día comienza al amanecer; pero si ha habido luna hasta el alba, los gritos de los jóvenes en la ladera pueden oírse ya antes de la aurora. In­quietos en la noche poblada de espíritus, se gritan fuertemente uno al otromientras apresuran su tra­bajo. Cuando el amanecer comienza a filtrarse entre los techos castaño claro y las esbeltas palmeras se des­tacan contra un mar incoloro, centelleantes, los amantes se deslizan hacia sus hogares, desde los lugares de cita ubicados bajo las palmeras o a la sombra de las canoas varadas en la playa, a fin de que la luz del día encuentre a cada uno durmiendo en el sitio quele corresponde. Los gallos cantan aisladamente y un pájaro de voz aguda chilla desde los árboles del pan. Parecen poner sordina al insistente estruendo del arreo de los sonidos de una aldea que despierta. Los niños lloran: unos cuantos gemidos cortos antes de que las soñolientas madres los amamanten. Niñitos impacientes se desembarazan de sus sábanas y bajan amodo­rrados hasta la playa pararefrescarse la cara en el mar. Los muchachos entregados a una temprana pesca, empiezan a juntar sus avíos y van a despertar a sus compañeros más perezosos. Se encienden lumbres, aquí y allá; el humo blanco resulta apenas visible contra la palidez del alba. Toda la aldea, amortajada y desaliñada, rebulle, se frota los ojos y se encamina tambaleante hacia la playa. "¡Talofa, Talofa! ¿Comenzará hoy elviaje?, ¿Va vuecencia a pescar bonitos?"[1]. Las jóvenes se detienen para reír a escondidas de algún rezagado que escapara durante la noche a la persecución de un padre enojado, que se aventura en la pícara suposición de que la hija sabía más de la cuenta sobre la presencia del joven. El muchacho, víctima de las chanzas del que le ha sucedido en el favor de la novia, riñe con su rival, mientras suspies corren por la húmeda arena. Desde otro extremo de la aldea llega un prolongado y penetrante lamento. Un mensajero acaba de comunicar la muerte de algún pariente, ocurrida en otra aldea. Mujeres semivestidas, sin apuro, con niños prendidos a sus pechos y colocados a horcajadas sobre sus caderas, interrumpen su historia sobre la violenta partida de Losa, quien abandonó la casa de su padrebuscando más bondad en el hogar de su tío, para preguntarse quién es el muerto. Los pobres murmuran sus ruegos a los parientes políticos, los hombres trazan planes para echar juntos una red de pesca, una mujer pide una pizca de tintura amarilla a una parienta, y a través de la aldea sueña el rítmico tatú que convoca a los jóvenes. Se reúnen desde todas partes con azadones en la mano, listos para enfilartierra adentro, hacia la plantación. Los hombres más viejos inician sus solitarias ocupaciones y en cada casa los habitantes, congregados bajo el puntiagudo techo, dan principio a la rutina matinal. Los pequeños, demasiado hambrientos para esperar el tardío desayuno, piden terrones de taro [2] frío que mascan vorazmente. Las mujeres llevan líos de ropa para lavar al mar o al manantial del extremolejano de la aldea, o se dirigen al interior en busca de materiales para tejer. Las muchachas mayores van a pescar al arrecife o se ponen a tejer un nuevo surtido de persianas.
2. En las casas, donde los pisos guijosos han sido barridos con una dura escoba de mango largo, las mujeres grávidas y las madres que amamantan se sientan y chismean. Los ancianos se ubican aparte, entrelazando sincesar vainas de palma en sus mus­los desnudos y musitando viejos cuentos en voz baja. Los carpinteros comienzan a trabajar en la casa nueva, mientras el propietario ronda tratando de mantenerlos de buen humor. Las familias que cocina­rán hoy, trabajan con ahínco; e! tara, los ñames y las bananas ya han sido traídos de tierra adentro; los niños echan a correr de uno a otro lado, yendo a buscar agua...
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