maria maria

Páginas: 19 (4740 palabras) Publicado: 21 de noviembre de 2013
MARÍA DOS PRAZERES
El hombre de la agencia funeraria llegó tan puntual, que María dos Prazeres estabatodavía en bata de baño y con la cabeza llena de tubos lanzadores, y apenas si tuvotiempo de ponerse una rosa roja en la oreja para no parecer tan indeseable como se sen-tía. Se lamentó aún más de su estado cuando abrió la puerta y vio que no era un notariolúgubre, como ella suponía que debíanser los comerciantes de la muerte, sino un joventímido con una chaqueta a cuadros y una corbata con pájaros de colores. No llevabaabrigo, a pesar de la primavera incierta de Barcelona, cuya llovizna de vientos sesgadosla hacía casi siempre menos tolerable que el invierno. María dos Prazeres, que habíarecibido a tantos hombres a cualquier hora, se sintió avergonzada como muy pocasveces. Acababa decumplir setenta y seis años y estaba convencida de que se iba a morirantes de Cavidad, y aun así estuvo a punto de cerrar la puerta y pedirle al vendedor deentierros que esperara un instante mientras se vestía para recibirlo de acuerdo con susméritos. Pero luego pensó que se iba a helar en el rellano oscuro, y lo hizo pasaradelante.— Perdóneme esta facha de murciélago — dijo— pero llevo más decincuenta años enCatalunya, y es la primera vez que alguien llega a la hora anunciada.Hablaba un catalán perfecto con una pureza un poco arcaica, aunque todavía se lenotaba la música de su portugués olvidado. A pesar de sus años y con sus bucles dealambre seguía siendo una mulata esbelta y vivaz, de cabello duro y ojos amarillos yencarnizados, y hacía ya mucho tiempo que había perdido la compasión porlos hombres.El vendedor, deslumbrado aún por la claridad de la calle, no hizo ningún comentario sinoque se limpió la suela de los zapatos en la esterilla de yute y le besó la mano con unareverencia.— Eres un hombre como los de mis tiempos — dijo María dos Prazeres con una carcajadade granizo—. Siéntate.Aunque era nuevo en el oficio, él lo conocía bastante bien para no esperar aquellarecepciónfestiva a las ocho de la mañana, y menos de una anciana sin misericordia quea primera vista le pareció una loca fugitiva de las Américas. Así que permaneció a unpaso de la puerta sin saber qué decir, mientras María dos Prazeres descorría las gruesascortinas de peluche de las ventanas. El tenue resplandor de abril iluminó apenas el

ámbito meticuloso de la sala que más bien parecía la vitrina de unanticuario. Eran cosasde uso cotidiano, ni una más ni una menos, y cada una parecía puesta en su espacionatural, y con un gusto tan certero que habría sido difícil encontrar otra casa mejorservida aun en una ciudad tan antigua y secreta como Barcelona.— Perdóneme — dijo—. Me he equivocado de puerta.— Ojalá — dijo ella—, pero la muerte no se equivoca.El vendedor abrió sobre la mesa del comedor ungráfico con muchos pliegues como unacarta de marear con parcelas de colores diversos y numerosas cruces y cifras en cadacolor. María dos Prazeres comprendió que era el plano completo del inmenso panteón deMontjuich, y se acordó con un horror muy antiguo del cementerio de Manaos bajo losaguaceros de octubre, donde chapaleaban los tapires entre túmulos sin nombres ymausoleos de aventureros convitrales florentinos. Una mañana, siendo muy niña, elAmazonas desbordado amaneció convertido en una ciénaga nauseabunda, y ella habíavisto los ataúdes rotos flotando en el patio de su casa con pedazos de trapos y cabellosde muertos en las grietas. Aquel recuerdo era la causa de que hubiera elegido el cerro deMontjuich para descansar en paz, y no el pequeño cementerio de San Gervasio, tancercano yfamiliar.— Quiero un lugar donde nunca lleguen las aguas — dijo.— Pues aquí es — dijo el vendedor, indicando el sitio en el mapa con un puntero


extensible que llevaba en el bolsillo como una estilográfica de acero— No hay mar quesuba tanto.Ella se orientó en el tablero de colores hasta encontrar la entrada principal, dondeestaban las tres tumbas contiguas, idénticas y sin nombres donde yacían...
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