medico de los muertos

Páginas: 8 (1912 palabras) Publicado: 17 de febrero de 2014
Esto ha cambiado mucho, mucho... –dijo uno de los difuntos,
echando un vistazo en derredor–. Recuerdo muy bien que, cuando a mí
me trajeron a enterrar, quedé materialmente cubierto de rosas, azucenas
y jazmines del Cabo; no veo ahora ninguna de estas flores por aquí; sólo
paja; paja y verdolaga, e insignificantes florecillas, de ésas que no tienen
nombre alguno...
—Mi tumba –dijo otro–, eraun riente jardín; mil flores lo adorna-
ban; daba gusto sentirse ahí debajo. No podía yo verlas ni deleitarme con
su aroma y sus colores; pero, en cambio, pasé años y años entretenido,
viendo desarrollarse y avanzar las mil y mil raíces que crecían junto a mi
fosa. Nada hay tan interesante y apropiado para un buen observador
subterráneo; el crecimiento, el forcejeo, los juegos y las luchasde las raí-
ces entre sí; sus tácticas y astucias, constituyen el más apasionante espec-
táculo que puede contemplarse bajo la haz de la tierra. Casi un siglo he
pasado yo observándolo, y no me parecen más que cortos minutos. Pe-
ro ocurrió, finalmente, algo tremendo... Una enorme raíz, un verdadero
gigante subterráneo que desde hacía unos setenta años se acercaba a
paso lento y cauteloso,acabó por llenar completamente el sitio, desalo-
jando y empujando a todas las demás raíces, grandes o pequeñas. Yo
mismo me vi casi tapiado y comprimido por este horrible monstruo del
subsuelo...
—Me acuerdo ahora –murmuró alguien, de repente, interrumpien-
do este discurso–, me acuerdo ahora que por aquí mismo fue enterrado,
cierta vez, Pompilio Udano, quien fuera nuestro Celador Principalpor
largo tiempo...
Se pusieron a mirar entre las cruces, casi todas caídas, torcidas o
medio hundidas en la tierra. De pronto, descubriendo bajo un oscuro
ciprés lo que buscaban, y acercándose bastante, pudieron leer, a la luz de
sus propias cuencas vacías –aunque dificultosamente, a la verdad–, el
borroso epitafio del antiguo Celador del camposanto.
Tocaron, discretamente, en la losa.Dieron luego fuertes golpes en el
suelo, con los puños cerrados. Como nadie respondía tampoco, dobló el
espinazo uno de los presentes y acercando el hueco de la boca al hueco de
una de las grietas del terreno, lanzó por allí insistentes llamadas en voz alta.
—¡Pompilio! ¡Pompilio Udano! ¡Señor Pompiliooo!
Se deslizó él mismo, todo entero, por la grieta, y desapareció com-
pletamente de la vista.A poco pudo oírse el rumor de una animada con-
versación entablada en el fondo de la cueva, y no tardó en surgir de
nuevo el visitante, a la vez que por una segunda grieta aparecía, un poco
más lejos, el propio señor Pompilio Udano.
Discutióse el asunto un buen rato, y Pompilio opuso una fría negati-
va a reasumir la responsabilidad del orden y la paz del camposanto, pues
no se considerabaya obligado a ello, dándose por muerto.
A causa de mi lamentada desaparición –explicó, con franca egolatría,
el señor Pompilio–, el camposanto fue definitivamente clausurado; desde
entonces, en todo ese tiempo, sólo una vez subí a la superficie, por un
rato, llamado, lo recuerdo, por el médico...
—¿Por el médico? –preguntaron varias voces.
—Sí; ¿no saben que tenemos aquí un médico?
—No losabíamos; no lo sabíamos –respondieron, todos a la vez.
—Bueno es saberlo –añadió uno–. Aunque a mí nunca me duele
nada –agregó al punto, tocando madera en una cruz vecina.
—¡Claro! –le replicó, sin más tardar, un amargado esqueleto allí pre-
sente–. ¡Claro! Si tú estás bien instalado en una tumba de las mejores; en
la más seca y tranquila de todo el cementerio, y si no fuera por el barran-co...
—Llamemos al médico a ver qué opina –propuso alguien, volviendo
a dirigirse al Celador y tratando, al parecer, de evitar que resurgieran,
junto con los restos de los difuntos, recriminaciones y suspicacias que
para nada venían ahora al caso.
—Nos dará algo para dormir, tal vez –insinuó una voz.
—Pues... por allí –dijo entonces el señor Pompilio, señalando con el
descarnado dedo–....
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