mi tarea
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon
El arte de escribir
Para escribir bien es necesario que la llama del corazón se
una a la luz del ingenio. El alma, al recibir simultáneamente
estos dos impulsos, no puede sino encauzarse gustosa hacia
el tema en cuestión: lo alcanza, lo apresa, lo ciñe y no es sino hasta que ha disfrutado totalmente de él que está en
posibilidades de hacer que otros también lo disfruten me-
diante la expresión de los pensamientos. Para trazar estos
pensamientos la mano no tendrá más que obedecer al alma
y, entonces, todo lector atento será capaz de compartir los
mismos deleites espirituales que experimenta el escritor. Si los
temas son simples el escritor no necesita más que del arte de la pintura, si son complejos requiere también del arte de la
combinación, es decir, el arte de pensar de manera ordenada,
de reflexionar con paciencia, de comparar con justicia a fin de
reunir todas las ideas dispersas y formar con ellas una cadena
continua que ofrezca a la inteligencia, una a una, todas las
facetas del objeto.
Según los diferentes temas, la manera de escribir también ha de ser diferente. Incluso para aquellos temas que parecen
los más simples el estilo –sin perder nunca el carácter de la
sencillez– no debe ser nunca el mismo. Un gran escritor jamás
tiene un solo sello; en realidad, la plasmación del mismo sello
en producciones que por naturaleza deben ser diferentes acusa
una falta de genialidad; nada revela de manera más evidente la pobreza del ingenio que el empleo de un estilo prestado, ajeno
al asunto en discusión; el asunto debe por sí mismo dictar el
estilo. Es manía común de nuestros autores jóvenes añadir
muestras de ingenio por doquier: no se dan cuenta de que
esas agudezas –a menos que provengan del fondo del mismo
tema– no hacen sino arruinar la escritura, y es que cuando
se trata de flores, sembrar mal equivale a plantar abrojos. Si tuvieran más talento, estos autores encontrarían en el mismo
tema todas las agudezas que necesitan; si acaso formaran su
gusto a partir de los buenos modelos, no sólo rechazarían
sutilezas ajenas al tema sino que jamás se les ocurriría buscar-
las. Ese mismo buen gusto los llevaría a evitar toda expresión
oscura, frases que resultan inapropiadas en asuntos que, para ser bien presentados, sólo basta con pintarlos tal cual. Los
temas son como un objeto del que basta pintar la imagen
con un trazo fiel y con los colores que vayan a tono.
Ahora bien, pintar y describir son actividades muy dife-
rentes: esta última no exige más que ojos, la primera requiere,
además, genialidad. Aunque ambas tienden hacia el mismo objetivo, no pueden ir de la mano. La descripción presenta
sucesiva y fríamente todas las partes del objeto, entre más
detallada sea menor efecto tiene. La pintura, por el contrario,
ya que al inicio no toma del objeto más que sus rasgos más
destacados, captura la huella de él y le confiere nueva vida.
Para describir bien sólo basta observar con frialdad y precisión
pero para pintar bien es necesario emplear todos los sentidos. Ver, oír, palpar, oler son propiedades que el escritor debe
ejercer, con ellas debe percibir sensaciones y luego plasmarlas
eficazmente, debe manejar la delicadeza de los colores con
el vigor del pincel, matizarlos, condensarlos, fundirlos, debe
formar, pues, un conjunto vivo del cual la descripción sólo
podría captar partes aisladas y muertas.¿Es posible –me replicarán– dibujar con frases, colorear
con palabras? Sí; lo que es más, si el escritor tiene talento,
gusto y tacto, su estilo, sus oraciones y sus palabras tendrán
un efecto superior al que producen el pincel y los colores
del pintor. Considérense las impresiones que experimenta
un aficionado cuando mira un hermoso cuadro: entre más
TIEMPO DOSSIER...
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