no oyes ladrar a los perros

Páginas: 14 (3326 palabras) Publicado: 18 de febrero de 2014
Juan Rulfo
(1918-1986)

En torno a un cuento de Juan Rulfo:
«No oyes ladrar los perros»
Por Hugo Rodríguez-Alcalá
Originalmente publicado en Papeles de Son Armadans, 41: 135-150
Reproducido en
Homenaje a Juan Rulfo
Helmy F. Giacoman, Editor.
Nueva York: Las Américas Publishing Co., 1974, pp. 123-133


«No oyes ladrar los perros» es, sencillamente, una obra maestra desobriedad, de efecto, de intelección de lo humano.
Mario Benedetti

L’atmosphére se crée d’elle même; elle émane des personnages, de Zeus fawn de sentir, de parler et d’agir...
Roger Lescot
«No oyes ladrar los perros» es acaso el cuento más perfecto de cuantos ha escrito JuanRulfo. En cinco páginas nos condensa una tragedia desgarradora y nos ofrece una visión inolvidable: la de un padre viejo que lleva sobre sus hombros a un hijo criminal, herido, quizá de muerte, a la luz de la luna llena, y por un paisaje que ima­ginamos pedregoso y triste, rumbo a un pueblo en que aquél espera hallar atención médica.

Los personajes[1]
El argumento es de máximasencillez: ya está casi enteramente resumido en la frase anterior: el hijo es un bandolero que, robando y matando por los caminos, ha sido herido en un lance cuyas cir­cunstancias no se narran. Entre las víctimas de sus crímenes figura su propio padrino, «el que le dio su nombre» (p. 117).
La madre del bandolero ha muerto hace años (pp. 116-118).
No se nos cuenta dónde ni quién haayudado al padre a cargar a su hijo sobre sus hombros, Alguien, sí, ha prestado esa ayuda. Esto lo sabemos porque es esencial en la economía del cuento, como lo veremos en seguida.
El hijo quiere que su padre lo baje y lo deje en tierra porque ansía descansar, porque tiene sueño y tiene sed. El padre se niega a bajarlo, pues si así lo hace, no podrá ya, sin ayuda de un tercero, volver acargarlo sobre sí. El viejo no puede ahora oír ni ver nada: el cuerpo del herido se lo impide. Todo su afán es saber si ya está cerca de Tonaya, donde le dijeron que hay un doctor. Le han asegu­rado que el pueblo está «detrasito del monte». El pueblo no aparece por ningún lado y ya hace horas que no puede oír ni ver nada: oír los ladridos de los perros o ver las ansiadas luces de Tonaya. Vaencorvado bajo el peso que las horas de marcha han vuelto agobia­dor. Lleva trabadas en torno al pescuezo las manos de su hijo. Sospechamos que los brazos del herido le obturan los oídos. El viejo pregunta:
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
El hijo responde:
—No se ve nada.
Es obvio, pues,que algo obtura los oídos del viejo. Más aún, cuando éste insiste:
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros.
El padre es un hombre viejo. De esto nos enteramos al fin de la primera página:
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recar­gó allí, sin soltar lacarga de sus hombros...
La vejez del padre exhausto, sólo ahora revelada, va a potenciar el patetismo de lo que se nos va a comunicar a partir de la tercera página. Por el momento sólo nos enteramos del sufrimiento físico de los dos hombres. Se cruzan muy pocas palabras:
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
—¿Te duele mucho?
—Algo.
—No veo ya pordónde voy.
Hay un silencio. El viejo pregunta:
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Sigue el silencio.
Muy pocas precisiones va intercalando Rulfo a lo largo del diá­logo lacónico del viejo y del joven. Sólo ha mencionado, de paso, que una luna como una llamarada redonda venía saliendo de la tierra. O que temblaba el herido allá arriba. O cómo la...
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