Oh La Calche
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No quedaba ni un mueble, ni un cuadro, ni un electrodoméstico, ni una alfombra. Por supuesto, el televisor también había desaparecido, y cada puerta ahora se abría a un espacio desierto. Ellos traían de la playa dos maletas sucintas con ropa sucia que abandonaron en mitad de lasala vacía y luego se miraron sin hablar, recorrieron alelados las estancias totalmente peladas y al final un sollozo de la mujer estalló de forma distinta en el fondo del dormitorio. El primer cambio que experimentaron fue el de la propia voz. Había una resonancia desconocida, probablemente olvidada, en las palabras de la pareja que los tabiques devolvían con un eco muy crudo. Las pequeñasblasfemias o gemidos ya no se ahogaban en las cortinas, y las miradas que ellos se cruzaban también eran más directas, puesto que no había ningún objeto que se insertara entre los dos. Lentamente les acogió la sensación de despojo, se sentaron en el suelo del comedor, uno frente al otro, con la espalda en la pared y permanecieron en silencio contemplándose dentro de un nuevo paisaje. En realidad, aquelhombre no era nada sin el viejo sillón. Durante 10 años de matrimonio la silueta del marido se había implicado profundamente con los muebles del hogar y en este momento ella tenía que realizar un gran esfuerzo para asimilar su imagen limpia sin referirla al aparador, a las lámparas o al trasfondo de la biblioteca. Tampoco el cuerpo de la mujer en aquella soledad de cal, ausentes ya los reflejosde la madera y de las copas de cristal en la vitrina, poseía la densidad a la que él se había acostumbrado. Pero hace mucho tiempo, en este mismo escenario, ellos se amaron ardientemente en las tardes de lluvia.-¿Recuerdas? Es como aquella vez.
-Deja.
-Este era el piso piloto y lo acabábamos de comprar. Estaba vacío.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Hicimos muchas veces el amor aquí en elsuelo sobre una manta cuando éramos novios. Olía a pintura.
-Deja.
-Tú gritabas contra las paredes desnudas.
-Nos acaban de robar: ¿no lo entiendes?
-Sí.
El crujido del amor
En aquellas tardes lejanas de lluvia el orgasmo de los jóvenes amantes sonaba en la casa deshabitada como en un acantilado y ellos se querían con la fuerza de una pasión que carece de historia. Antes decasarse llegaban al piso mordiéndose en el ascensor, abrían la puerta con toda la sangre ya en el bajo vientre y se arrojaban en el parqué recién acuchillado, entablaban una refriega absolutamente carnal, y el deseo del cuerpo contrario, que sólo se requería a sí mismo, no necesitaba colchón, ni lámparas, ni tresillos, ni consolas, ni espejos, ni estanterías, ni chinos de alabastro, ni la Santa cena deLeonardo, ni colchas bordadas por unas monjas de Granada, ni esas uvas de resina ni, por supuesto, el televisor. Ambos atravesaban en largas cabalgadas la desnudez del espacio y el crujido del amor rebotaba en los tabiques. Los objetos llegaron después.
Primero fue aquel arcón de herrajes oxidados y cebolletas reparadas que el joven marido heredó de la familia, donde la abuela almacenaba la...
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