OTREDAD
El pasado. ¿Qué es el pasado y cómo podría definirlo?, no es que me agrade hablar mucho de él, pues éste, mi pasado, es comocualquier otro que se sumerge en la cotidianidad particular e individual de todos los que respiramos bajo el gran techo azul celeste; a todos nos acompaña –o peor aún, nos persigue- esa teoría lineal que nos enseña la ciencia y el sistema, restregándonos en la cara nuestra condición humana: nacer, crecer, reproducirse y morir; todo con una secuencialidad abrumadora que obliga en un punto de la vida asentarse en una plaza para analizar hacia atrás lo que has vivido y el resultado de estas vivencias. Recordar suele dejarte a veces un sabor a jarabe dulce para gripe, pero igual al final sigue siendo jarabe y como dije, soy tímida, aunque creo que hoy puedo hacer una excepción.
Nací un 23 de marzo a las 12 y 20 minutos, -el año no tiene relevancia, mi intención no es precisamente decir miedad, es más bien una auto expiación que promete un poco de insomnio y desnudez-, nací en el Hospital Materno Infantil de Caricuao, aquí en Caracas, el parto natural, permitió que mi madre en un par de días caminara conmigo de brazos hasta el apartamento. Era una bebita blanca y rosada, con rizos rubios y de piel muy delicada, todo me daba alergia: el polvo, los peluches, el calor, el frío, todo.Recuerdo cuando tenía 4 años las vacaciones en Charalá, un pueblo ubicado al sur de Santander, Colombia, que usaba sus grandes y frondosas montañas para ocultarse de la industrialización, y tiempo después fue descubierto por la violencia producida por el conflicto armado ya conocido de nuestro vecino país, pero tenía gente con humildad en sus rostros, sus carros antiguos, las bicicletas portodos lados, sus calles de piedra, sus casitas de barro y la iglesia que data de la época de mil ochocientos y algo, con tantos mitos y leyendas que asustan hasta al más intelectual.
Don Luis Emilio Gómez, mi nonito, un hombre alto, fuerte de ceño fruncido pero de corazón noble, era el padre de mi padre, trabajaba la tierra, criaba cerdos, pollos, conejos y atendía su bodeguita dechucherías, donde también vendía un guarapo preparado por mi nonita Anita Quintero, una señora bajita, muy risueña para aquél entonces y excesivamente servicial (HABLAR DE MI NONITA), (aunque siempre noté en sus párpados un barrunto de tristeza, que sólo se veía reflejada cuando en momentos aparecía el silencio). Recuerdo que todo el que llegaba allí –sin importar su estado alcohólico- era recibido con...
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