Otro zoo Rodrigo Rey Rosa

Páginas: 15 (3665 palabras) Publicado: 27 de septiembre de 2014
Otro Zoo
Por Rodrigo Rey Rosa
Rodrigo Rey Rosa, cuentista y novelista guatemalteco, transforma con maestría en este cuento un tema devastador, la posible pérdida de un hijo, en una redonda historia de literatura fantástica.

Fue como si supiera exactamente adónde tenía que ir, como si se hubiera tratado de una cita. Alzó el brazo para tomarme de la mano, tiró suavemente —casi todo lo hacíacon suavidad—, y yo la seguí. Me condujo hasta el automóvil de su madre, que estaba ausente, y le ayudé a subir y a sentarse en la silla infantil.
     —Al zoo, entonces.
     —Sí —dijo—. ¡Águila! ¡León!
     El zoo parecía desierto. Solo, en mitad de la calzada principal, un barrendero empujaba un bote de basura con ruedas de caucho. Ella me había soltado la mano, corría delante de mí por laancha calzada hacia las jaulas de los felinos, y su figurita entraba y salía de las zonas de sombra bajo los jacarandás y un majestuoso matilisguate en flor. La calzada, al principio, era recta; no había peligro de perdernos de vista. Era media mañana, una mañana medio brillante, medio nublada de finales de mayo, y el zoo —observé de nuevo— estaba vacío. Me detuve un momento y miré a lo alto (losretazos de cielo entre las ramas recargadas de flores) y luego miré a derecha y a izquierda. Un zumbido vasto como de chicharras en el campo. Ninguna tropilla de niños de escuela, ninguna familia con bebés, ninguna pareja de amantes o enamorados. A mi derecha, más allá de una profunda fosa, un elefante viejo se rascaba parsimoniosamente un costado con el tronco de un árbol gigantesco cuya formasugería la pata de un animal fantástico, oculto tras las nubes bajas que cubrían el cielo. Volví a mirar calzada abajo, y sentí mil punzadas de espanto en la espalda, en los brazos, en las manos. Yo estaba completamente solo en la vía de asfalto negro salpicada de flores lila y rosadas. Entrecerré los ojos (padezco miopía), pero no la veía en ninguna parte. Eché a correr hacia adelante, gritando una yotra vez su nombre. A mi izquierda, las garzas y los flamencos dormidos sobre una sola pata, los cocodrilos inmóviles y el hipopótamo permanecían indiferentes a mis llamados. Intenté gritar más alto, lancé gritos en todas direcciones; hacia la jaula de los monos, de los venados, los búhos, los quebrantahuesos y las águilas, pero nadie contestó.
     A sus dos años y meses —pensé— estabagastándome una de sus primeras bromas. Esconderse había sido, ya poco antes de que comenzara a hablar (aún hablaba sólo media lengua), uno de sus juegos favoritos. Tenía que tratarse, esta súbita desaparición, de un juego —razoné—, y dejé de correr. Volví a llamarla. Ya estaba bien (amenacé a gritos), si no aparecía en ese instante, la dejaría allí. Pocos minutos más tarde comencé a rogarle querespondiera. Seguí andando. A cada paso miraba a uno y otro lado, como enloquecido, y hacía constantemente esfuerzos para no ponerme a llorar. Había llegado al límite occidental del parque, y estaba frente a la jaula de los tigres de bengala. Las cercas, comprobé con alivio, eran altas y seguras y parecían imposibles de saltar. Los grandes felinos le fascinaban, y la idea de que hubiera querido acercarsedemasiado no dejaba de preocuparme. Pero no había razón para alarmarse todavía. Estaría oculta por ahí, tal vez en un sitio adonde mis gritos no llegaban con suficiente fuerza. Miré hacia atrás; a un lado de la calzada había una hilera de quioscos, varios juegos infantiles, ventas de comida, puestos de fotógrafo. Fui hasta allí, y anduve alrededor de cada negocio, llamándola sin cesar. Tomé unsendero lateral, me dirigí hacia las espaciosas jaulas de los leones. Dos o tres machos estaban tendidos sobre la hierba, semidormidos en la luz blanca de aquella mañana que comenzaba a arder. En el recinto vecino, formado por una hondonada, dos jaguares jóvenes jugueteaban a la orilla de un estanque, con perfecta indiferencia a mis gritos de bestia humana. No se podía ir más allá, de modo que di...
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