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Páginas: 6 (1415 palabras) Publicado: 23 de septiembre de 2015
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Contratapa | Viernes, 4 de marzo de 2011

Calamar en su tinta
Por Juan Forn
Hace una punta de años, antes del advenimiento de los motoqueros y los pagos electrónicos y la mensajería por
Internet, se cadeteaba rigurosamente de a pie (el Expreso Imaginario los bautizó en una de sus tapas “los Superman delos Subtes”, pero cualquier cadete con más de dos días de veteranía ya había aprendido a encanutar cuanta moneda le
dieran de viático y hacer todos los trámites caminando). Yo era en aquel tiempo cadete en Emecé. Una de mis tareas era
llevar a un edificio de la Curia, a una cuadra del Palacio Pizzurno, las traducciones mecanografiadas de aquella infecta
colección de best-sellers titulada, con humorinvoluntario, “Grandes Novelistas”. El paquete iba con todas las escenas de
sexo marcadas, para que los censores eclesiásticos decidieran cuáles pasaban y cuáles no. Curiosamente, nunca
eliminaban ninguna del todo pero, tuvieran veinte líneas o veinte páginas, las reducían invariablemente a dos renglones:
el del apriete inicial y el del cigarrillo post-orgasmo (a una cuadra de distancia, en elMinisterio de Educación, eran
peores: prohibían enteros los libros “peligrosos”, como por ejemplo El principito o un manual para estudiantes de
ingeniería titulado La cuba electrolítica).
De tanto en tanto también me tocaba llevar sobres o paquetes a la casa de algunos de los autores de Emecé, que eran
en su abrumadora mayoría cachivaches de los suplementos literarios de La Nación o de La Prensa,pero una mañana
ocurrió un pequeño milagro: me dieron un paquete para llevar a lo de Bioy. En el primer banco de plaza que encontré
libre me acomodé y lo abrí (abría siempre que podía lo que me daban para llevar a lo de Borges y a lo de Bioy), y
descubrí que eran las galeradas de su nueva novela, La aventura de un fotógrafo en La Plata. Bioy llevaba más de diez
años sin publicar novela y casi cincodesde su último libro, los cuentos de El héroe de las mujeres. Cuando por fin llegué
a su casa, a eso de las cuatro de la tarde, me abrió la puerta él mismo y me preguntó tan desencajado dónde me había
metido (de Emecé le habían avisado a las nueve de la mañana que salían las galeradas para allá, y había menos de
veinte cuadras de un lugar al otro) que no pude mentir, no me animé.
“¿La leyó toda,sentado en un banco de plaza? ¿Por eso tardó tanto?”, dijo Bioy. Y fue hasta el teléfono y llamó a la
editorial, y le oí decir que el paquete había llegado sano y salvo y que no se preocuparan por el cadete porque lo tenía
esperando ahí para llevarlas de vuelta. Acto seguido, pidió té para dos a una mucama invisible (un té que no llegó
nunca), me sentó en un sillón y empezó a hacerme preguntassobre el libro, y yo tuve la mala idea de decir que en una
de las grandes escenas de la novela, cuando Nicolasito Almanza es visitado en medio de la noche por una de las
mellizas que viven en su pensión, no se entendía el chiste de que fuera siempre la misma o se turnaran las dos. Lo que
sucedió a continuación fue un momento mágico: Bioy rastreó la escena en las galeradas, destapó su lapicera, sequedó
pensando unos cinco segundos largos, hizo un par de correcciones, fue a otra página e hizo lo mismo, conmigo
espiando por encima de su hombro, y de golpe fue como si toda la escena, y por extensión el libro entero, terminara de
encastrar ahí mismo: casi alcanzó a oírse el clic. Con el tiempo tuve la suerte de ver a unos cuantos escritores más en el
mismo trance y les aseguro que es lo mejor quele puede pasar en la vida a alguien que está en una editorial porque
escribe, porque quiere escribir: asistir a esos instantes. No hay momento en que un autor esté más inseguro de su texto
y, a la vez, más abierto, y más en foco, que en el instante agónico de la última corrección, antes de que el libro se le vaya
de las manos rumbo a la imprenta. Alguna vez alguien me contó que vio al gran...
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