poema

Fue en una de sus noches de bares y tequilas que la Muerte lo encontró, por fin, caminando solitario sobre el asfalto de la ciudad.
No usaba capa ni guadaña, mas, tenía forma de mujer.Seductora, misteriosa, la belleza que surgió entre las sombras de la calle se encontraba de pie, mirándolo fijamente.
Tenues destellos azules y blancos, calientes y fríos, recorrían jugueteando con dulzurasu piel clara, su pelo perfecto, sus ojos oscuros.
Nunca sabremos si lo que detuvo a este joven caminante fue la sorpresa de su aparición o el impacto de su hermosura; pero ahí estaba él, paralizado,recorriendo con su miranda cada centímetro de su cuerpo.
Ambos se conocían cuando se vieron, ella era la Muerte, su Muerte, la que había nacido cuando la madre de él había dado a luz por vez primeraen un hospital de la ciudad, la ciudad que hoy finalmente los reencontraba.
Claro, él no la recordaba, como seguramente tú tampoco recuerdes a la Muerte que te acompaña desde que naciste, esperandopaciente a tu encuentro.
Pensó un segundo en sentir miedo, no pudo. Pensó en hablar, no quiso.
Ella se movió en su dirección, despacio, sonriente. Paró a pocos más de un metro de él, se notabaternura en sus ojos, alegría quizás.
-¿Por qué me has hecho esperar tanto para verte?- lo regañó dulcemente, mientras él aún no salía de su asombro.
-No recordaba lo linda que eras- Respondió este,recuperando un poco la compostura, mientras formulaba la frase más elegante que supo decir en esos momentos a los que pocos estamos preparados.
La Muerte rió divertida, como quien recibe un piropo delos labios de su amante de igual forma se le sonrojaron las mejillas a este ser, extraña mezcla celestial y humana.
-Ven, caminemos- dijo ella mientras se ponía a su lado y comenzaban juntos amoverse, sin destino aparente, entre casas a oscuras y árboles desojados.
El chirrido de alguna puerta al abrirse o el correr gatuno de algún animal felino tras su comida eran de las pocas cosas que...