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por ALFREDO ARANGO




Al leer una gran novela siempre me ha asaltado la duda de si podría ser superada. Me sucedió de niño con una novela que mi abuela materna había leído muchas veces y que ya formaba parte integral de ella, tanto como su crochet: la María.

Leer María era algo para lo cual los niños de Cali, al menos hace décadas, nacíamos predestinados. Existía la hermosa tradiciónde llevar a los pequeños cuando ya adquirían lo que llamaban ‘uso de razón’, a conocer la hacienda El Paraíso, donde tuvo lugar la historia real que inspiró a Jorge Isaacs a escribir esa obra. Cuando me tocó el turno de visitar aquel lugar mítico, quedé gratamente impresionado por la fragancia de las flores y la frescura de los helechos, así como por los muebles señoriales en aquella casa bienpreservada de los estragos del tiempo. Me nació entonces el deseo auténtico de leer ese libro escrito mucho tiempo antes por mi coterráneo Isaacs. Con delicadeza para que no se deshiciera el papel, fui devorando una a una las páginas amarillentas y ya enrolladas de ese tesoro de la abuelita.

María, nuestra gran novela del romanticismo hispanoamericano me despertó la pasión aún antes de que lohicieran mis hormonas, y me motivó a considerar la idea bíblica de que “el amor es sufrido”. El concepto del amor imposible, del amor como tragedia, me llegó por esas páginas mucho tiempo antes de que a mis manos llagaran las de Romeo y Julieta, que muy probablemente, directa o indirectamente debieron haber influenciado a Isaacs al escribir la emocionante, tierna y dolorosa historia de Efraín yMaría.

Desde entonces comencé a preguntarme si podría existir otro amor tan grande, y si podría haber otro escritor en América Latina que lo narrara de manera tan extraordinaria. Esa duda se me resolvió un día, probablemente primaveral, de 1986 en Nueva York. Mi amigo el abogado experto en derechos humanos Héctor Peña, se presentó a la Gran Manzana invitado por mí, para dictar una conferencia en launiversidad donde yo estudiaba y trabajaba, el Hunter College, sobre la en ese entonces reciente tragedia del Palacio de Justicia, consumido por bombas, cañonazos y fuego luego de una toma guerrillera y un contraataque del ejército en Bogotá, con un saldo de 55 muertos, entre ellos 11 magistrados y todo el comando guerrillero que protagonizó esa acción.

De regalo, Héctor me traía un tesoroamarillo como el oro, el más reciente libro de Gabriel García Márquez, quien lo había publicado en el otoño del año anterior: ‘El amor en los tiempos del cólera’. El sólo nombre del autor prometía algo maravilloso, pero además el título de la obra explícitamente anunciaba un amor difícil, sucedido en medio de circunstancias muy dramáticas, un gran amor en medio de una gran tragedia. De entrada pensé:mi fantasma de Jorge Isaacs ya puede descansar en paz, alguien al fin ha escrito otra gran historia de amor.

Al leer los primeros párrafos de esta novela me sucedió lo mismo que al leer la primera página de Cien años de soledad: quedé deslumbrado por la perfección del comienzo, expresada tanto por el dramatismo del hecho escogido para arrancar la historia, como por la simpleza de la prosa conque se presenta. El suicidio por envenenamiento del emigrante haitiano Jeremiah de Saint-Amour, quien se mata a los setenta años para no envejecer, así como la autenticidad y misterio con que está narrado, enganchan al lector, sumergiéndolo en ese mundo garciamarquiano tan magnético; igual que el fusilamiento del coronel Aureliano Buendía y su recuerdo de ir siendo niño con su padre a conocer elhielo. En conclusión, la muerte es siempre, bien narrada, un excelente comienzo para cualquier historia, inclusive para una historia de amor.

Al igual que en todas las grandes historias de amor, la gracia de ‘El amor en los tiempos del cólera’ no está tanto en el amor mismo, sino en las circunstancias de las vidas de los personajes que lo viven o resultan afectados por él. Hombres y mujeres que...