re locati

Páginas: 7 (1516 palabras) Publicado: 15 de mayo de 2013
Horacio Quiroga

EL SOLITARIO


Kassim era un hombre enfermizo, joyero de profesión, bien que no
tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes casas, siendo
su especialidad el montaje de las piedras preciosas. Pocas manos como
las suyas para los engarces delicados. Con más arranque y habilidad
comercial, hubiera sido rico. Pero a los treinta y cinco años
proseguía en su pieza,aderezada en taller bajo la ventana.

Kassim, de cuerpo mezquino, rostro exangüe sombreado por rala barba
negra, tenía una mujer hermosa y fuertemente apasionada. La joven, de
origen callejero, había aspirado con su hermosura a un más alto
enlace. Esperó hasta los veinte años, provocando a los hombres y a sus
vecinas con su cuerpo. Temerosa al fin, aceptó nerviosamente a Kassim.

No mássueños de lujo, sin embargo. Su marido, hábil--artista
aún,--carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo
cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de
codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para
arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al
transeunte de posición que podía haber sido su marido.

Cuantoganaba Kassim, no obstante, era para ella. Los domingos
trabajaba también a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando María
deseaba una joya--¡y con cuánta pasión deseaba ella!--trabajaba de
noche. Después había tos y puntadas al costado; pero María tenía sus
chispas de brillante.

Poco a poco el trato diario con las gemas llegó a hacerle amar las
tareas del artífice, y seguía con ardorlas íntimas delicadezas del
engarce. Pero cuando la joya estaba concluída--debía partir, no era
para ella,--caía más hondamente en la decepción de su matrimonio. Se
probaba la alhaja, deteniéndose ante el espejo. Al fin la dejaba por
ahí, y se iba a su cuarto. Kassim se levantaba al oir sus sollozos, y
la hallaba en la cama, sin querer escucharlo.

--Hago, sin embargo, cuanto puedo porti,--decía él al fin,
tristemente.

Los sollozos subían con esto, y el joyero se reinstalaba lentamente en
su banco.

Estas cosas se repitieron, tanto que Kassim no se levantaba ya a
consolarla. ¡Consolarla! ¿de qué? Lo cual no obstaba para que Kassim
prolongara más sus veladas a fin de un mayor suplemento.

Era un hombre indeciso, irresoluto y callado. Las miradas de su mujer
se deteníanahora con más pesada fijeza sobre aquella muda
tranquilidad.

--¡Y eres un hombre, tú!--murmuraba.

Kassim, sobre sus engarces, no cesaba de mover los dedos.

--No eres feliz conmigo, María--expresaba al rato.

--¡Feliz! ¡Y tienes el valor de decirlo! ¿Quién puede ser feliz
contigo? ¡Ni la última de las mujeres!... ¡Pobre diablo!--concluía con
risa nerviosa, yéndose.

Kassim trabajabaesa noche hasta las tres de la mañana, y su mujer
tenía luego nuevas chispas que ella consideraba un instante con los
labios apretados.

--Sí... ¡no es una diadema sorprendente!... ¿cuando la hiciste?

--Desde el martes--mirábala él con descolorida ternura--dormías de
noche...

--¡Oh, podías haberte acostado!... ¡Inmensos, los brillantes!

Porque su pasión eran las voluminosas piedrasque Kassim montaba.
Seguía el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y
apenas aderezada la alhaja, corría con ella al espejo. Luego, un
ataque de sollozos.

--¡Todos, cualquier marido, el último, haría un sacrificio para
halagar a su mujer! Y tú... y tú... ni un miserable vestido que
ponerme, tengo!

Cuando se franquea cierto límite de respeto al varón, la mujer puedellegar a decir a su marido cosas increíbles.

La mujer de Kassim franqueó ese límite con una pasión igual por lo
menos a la que sentía por los brillantes. Una tarde, al guardar sus
joyas, Kassim notó la falta de un prendedor--cinco mil pesos en dos
solitarios.--Buscó en sus cajones de nuevo.

--¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí.

--Sí, lo he visto.

--¿Dónde está?--se volvió...
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