reseña
Todas las familias tienen su oveja negra y, en la mía,
esa era yo. Varios hechos me delataban. Había estudia
do matemáticas con la intención de resolver uno de
los problemas más famosos, la conjetura de Goldbach,
que tiene que ver con los extraños y enloquecidos
números primos, pero una tía me advirtió que mis
esperanzas podrían verse frustradas por imponerme
unameta casi imposible y obsesiva. Preferí ampliar
mi visión del mundo estudiando la fisicoquímica en
un entorno corporativo y tan estimulante como el
hipódromo los sábados por la tarde. Finalmente hice
algunos intentos en la biología aplicando una teoría
más o menos reciente, la del caos, gracias a la cual
pude entender un poco mejor fenómenos tan variados
como la aparición de los seresvivos y su enorme diver
sidad, el comportamiento de los líquidos dentro y
fuera de los organismos; inclusive pude acercarme a
la comprensión del origen del Universo y el significa
do de la vida.
De hecho, cuando mi hermana me llamó por telé
fono para comentarme su idea, me di cuenta del caos
en el que había estado viviendo los últimos meses. Si
bien era su hermano querido, recurrir a mí enese
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Carlos Chimal
momento era un acto descabellado. Estaba yo pasan
do por una de esas temporadas en que llevas el auto
móvil a lavar y al rato comienza a llover; si compras
un paraguas cesa la lluvia; en el momento en que te
metes a la tina suena el timbre de la calle. Aunque en
realidad no tenía coche, niparaguas ni tina.
Otros familiares más lejanos sospechaban de mi
apego a la experiencia como el primer criterio de ver
dad y mantenían conmigo una distancia prudente. La
tarde de un domingo familiar, cuando salía del la
vamanos, alcancé a escuchar una conversación entre
mis sobrinos y sus amigos.
—Es como el doctor Cerebro, pero bien vestido
—dijo uno de ellos.
—Ya está ruco —replicó otro.—No tanto —respondió el primero—, apenas le
lleva unos años a tu hermano mayor y ha hecho cosas
interesantes.
—¿Como cuáles?
—Pues... fue campeón nacional de futbol y también
sabe de números complejos.
Agradecí el cumplido y lo tomé como una buena
señal: “Si al menos cree que tengo cabeza —me dije—
no verá tan mal lo que viene cocinando su madre hace
algunos días.”
Una mañana soleada deprimavera, mientras pre
paraba café, esperaba a mi hermana y a sus hijos. Al
fin apareció su nueva camioneta esferoidal color algo
dón. El policía de la entrada cumplió su rutina. Los
dos hijos mayores de mi hermana, los gemelos Poli y
Mario, iban a cumplir 18 años de edad, mientras que
la pequeña, Tibi, estaba alcanzando los 16.
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Mario, que me había defendido en la fiesta familiar,
y Poli eran difíciles de complacer. Como muchos otros
jóvenes citadinos, sólo conocían la felicidad impune
de lo hecho a la medida y no sabían si la estaban disfru
tando o padeciendo. La producción en serie los ponía
nerviosos, ya se tratase de exámenes semestrales o de
ladrillos.
Habían llegado a lasmil horas de navegación en los
raves, ayudaban a construir temascales, tenían amigos
que hacían instalaciones plásticas y eventos multime
dios. Habían tomado cursos para ser la mujer orques
ta y el DJ iluminado. Como si la parte digital de su
cerebro dominara a la analógica, estaban mucho más
capacitados que el resto de los mortales, entre ellos su
mamá y yo, para distinguir las diversasformas del acid
house, hip hop, industrial, fusión, rap, trans, techno,
pop rock y la música mundial. Por fortuna no se ha
bían volado la cabeza en alguno de estos experimentos.
Tal vez los había salvado la atención y el cariño de mi
hermana y de Solventino, su esposo, pero sobre todo
la decisión de ellos mismos de alejarse del gran mer
cado del placer.
Poli, más avispada y tal vez...
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