Saul John Sonambulos

Páginas: 467 (116661 palabras) Publicado: 19 de noviembre de 2015
JOHN SAUL
SONAMULOS


Javier vergara editor
Buenos Aires/Madrid/México/Santiago de Chile

Título original
SLEEPWALK

Edición original
Bantam Books

Traducción
Ariel Bignami

Ilustración de tapa
© Tom Hallman

© 1990 by John Saul
© 1992 by Javier Vergara Editor S.A.

Tacuarí 202 - P. 84 / Buenos Aires / Argentina.

ISBN 950-15-1145-6

Impreso en la Argentina/Printed in Argentine.
Depositado deacuerdo a la Ley 11.723

PROLOGO

De pie junto al pizarrón, al frente de su aula, la mujer ob­servaba a sus alumnos, que trabajaban en el problema que ella les había presentado pocos minutos atrás. Aunque sus ojos recorrían constantemente la clase, su mente no estaba registrando las imágenes que sus ojos le proporcionaban.
El calor del día iba en aumento, lo cual era bueno.
Cuanto más caliente erael sol que caía sobre el techo, me­nos le dolían las coyunturas de sus dedos, las manos, los pies... has­ta sus brazos y sus piernas ahora.
Eso era algún consuelo, aunque no mucho. Al menos, aunque­ el frío del invierno amenazaba inmovilizarla totalmente, aún tenía los veranos como esperanza, los secos veranos desérticos, cuando el calor impregnaría sus huesos y le daría un minúsculo alivio, unaleve disminución de dolor que su enfermedad traía consi­go, un dolor que aumentaba cada vez, junto con las feas deformi­dades de sus coyunturas desfiguradas.
Se suponía que ya estaría mejor. El médico le había prome­tido que el nuevo tratamiento daría resultado. No, recordó que eso no era cierto en realidad. El doctor había dicho tener esperanzas ­de que diera resultado; no le había prometido nada.Apretó los dientes y se negó hasta el breve solaz de un sus­piro cuando un fuerte dolor la atravesó desde el dedo anular izquierdo.
Su instinto era frotarse el dedo dolorido, pero lo único que habría logrado con eso habría sido que le doliese más la mano de­recha, y ya apenas si podía sostener la tiza mientras continuaba con su clase.
Contra su voluntad, su mirada se dirigió al reloj.
Diez minutosmás y sonaría la campana del mediodía. Habría terminado otro día de escuela de verano.
Podía sobrellevarlo.



En la cuarta fila del aula, el muchacho miraba de nuevo fi­jamente el problema que había copiado en un papel, sobre su pu­pitre, y con rapidez computó la solución mentalmente. Era correc­ta, estaba seguro, pero aunque no lo fuese, no le importaba.
Dejó su lápiz y permitió que su miradafuese hacia la venta­na, donde el calor hacía que la meseta brillara con luz trémula a la distancia.
Allí era donde él debía estar ese día... caminando por lo al­to de la meseta o en el fresco de la garganta, nadando en una de las profundas hoyas que había abierto el río en el suelo de la gar­ganta, sacando la furia de su sistema con ejercicio físico. Esa mañana había tenido otra pelea con supadre, y lo último que había querido hacer era ir de la opresividad de su hogar a la de la escuela.
Tal vez debería simplemente levantarse y salir.
Procuró expulsar de su mente la tentadora idea.
Había aceptado ir a la escuela ese verano y lo haría.
Pero iba a ser el último verano.
Por cierto, quizás esas pocas semanas de escuela fuesen las últimas de su vida.
Consultó el reloj y aspiró el aliento.Nueve minutos más.
Entonces, cuando observaba las lentas sacudidas de la se­gunda manecilla sobre la esfera del reloj, tuvo la súbita sensación de que no era el único interesado en la hora.
Instintivamente miró a la maestra.
Como si ella sintiera su mirada, sus ojos se apartaron del re­loj y se encontraron con los de él por un momento, y a él le pare­ció ver el esbozo de una sonrisa en sus labios.Después ella dio un leve respingo y, como si le avergonzara que él hubiese visto su dolor, le dio la espalda.
El muchacho se preguntó por qué ella seguía enseñando. Sabía -lo sabían todos- cuánto daño le hacía la artritis, cuánto la tullía en el invierno. Aún recordaba ese día del enero anterior, cuando la temperatura había sido muy inferior a cero y él la había visto sentada en su automóvil, en...
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