La demostración más palpable y quizá violenta de que estás sumido en la locura es anunciar a gritos que no estás loco, que es el mundo que te rodea el que no te entiende, un mundo embrutecedor dondela paranoia presta cobijo a tus conspiradores, a la toxicidad de una civilización deshecha. Contra ello luchaba lapidariamente un pelirrojo llamado Rorschach, antiguo vigilante de una Américadecrépita, según él infestada de enfermedades y parásitos humanos que personificaban el Mal. Era la suya una visión rígida pero conectada a los traumas infantiles, como dispondría Freud en sus famosas tesispsicológicas. Todo o casi todo debería tener un porqué, y eso mismo busca el protagonista de El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012), un tipo cualquiera desgastado por la erosión deun matrimonio roto por un episodio extramarital: el entregado amante estalla al descubrir a su mujer en la ducha con un profesor de Historia —calvo y fláccido, para más señas—, cuyo rostro queda comoun whopper (que no vemos) tras la brutal paliza que recibe de este despechado entrañable. Lo cuento amargamente, pero el filme de David O. Russell evita toda amargura reconcentrada e inicia la terapia—adaptación homónima del libro de Matthew Quick— en un psiquiátrico, a espaldas de un protagonista convencido de que tiene que cambiar para recuperar a su mujer.
Jennifer Lawrence y BradleyCooper en El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook)
DOS NOMINADOS OSCAR | Jennifer Lawrence y Bradley Cooper
Positividad, positividad, positividad. A los cinco minutos está fuera de eseedificio que evoca la turbación de otro inolvidable: el de Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco. Su madre, una Jackie Weaver que asiente con estupor, le devuelve a su Filadelfianatal, a la de los Eagles, a la de Benjamin Franklin y a la de su obsesivo padre, quien tuerce el gesto —en parte incrédulo, en parte nervioso— ante la inesperada vuelta de su hijo. Este primero...
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