Tejedora
La tejedora de sombras
Premio Iberoamericano de Narrativa
Planeta-Casamérica 2012
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Christiana Morgan, 1926. Morgan Family Papers.
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I
ALLEGRO CON BRIO
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UNA MUJER INSPIRADORA
Saint John, Islas Vírgenes, 1967
De Florencia a LeHavre, 1925
Poco después del mediodía, cuando la playa queda de
sierta y no se escucha el ulular de las aves ni el clamor
de las cigarras —una voz provocaría un escándalo—,
el océano parece una plancha color turquesa, sólida e
impenetrable. Los rayos de sol atraviesan las olas sin
rasgarlas y los petreles se mecen apáticos, como soste
nidos por un hilo, en la bruma del trópico.
Elviento, capaz de azotar los manglares como briz
nas y doblar por la mitad un hato de palmeras —una
mano violentando su cabello—, exuda un vapor den
so que se adhiere a la piel con su tufo a algas fermen
tadas.
Al alzar la vista, un azul blancuzco e iridiscente
hiere sus pupilas. En vez de permanecer a la intempe
rie, en la quietud de la playa, de su playa, Christiana
se siente atrapada enun cuarto hermético, un horno
de paredes calcáreas, sin salida.
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La arena le quema los muslos y los talones, pero
ella no quiere erguirse, no se atreve a intentarlo: su
cuerpo ha adquirido un peso inmanejable o el aire se
ha vuelto tan espeso que mover la mano se le antoja
una proeza y prefiere quedarse allí, varada ballena
moribunda,frente al apacible mar en llamas.
La mujer extiende los brazos y apoya las palmas en
el suelo. Sus articulaciones se tensan y la llaga que
ayer se hizo en la muñeca —una errática brazada la
impulsó contra las rocas— le arranca un gemido y
unas lágrimas.
La brisa empapa su rostro y devuelve a su paladar
el sabor a calamares que almorzó más por inercia que
apetito; el regusto acerbo desciendepor su garganta,
araña su esófago y casi le provoca una arcada. Ella gira
el cuello a izquierda y derecha, tratando de despren
derse del aturdimiento y del asco.
Eres repugnante, escucha en medio de las olas.
Absurdo, se dice, no hay nadie aquí sino tú misma:
el mar, el sol que es otro verdugo, la arena que se obs
tina en calcinarte, ¿quién más habitaría este abomina
ble paraíso?
Sulengua enreda las palabras, retuerce las sílabas
o las desgaja. En su tono no hay patetismo ni desenga
ño, apenas cierta nota de amargura.
El roce del agua con las puntas de sus pies —la
marea apenas puede llamarse marea— le provoca un
ataque de pánico, como si desconociese esa materia
transparente, casi viva, que ahora la toquetea.
El océano se burla en cambio de su queja: aquí
arriba espura claridad, una delgada capa de luz mari
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na, el reino de las apariencias, la conformidad con el
qué dirán y los modales —un oleaje melifluo y delica
do—, aunque basta con sumergir el tronco y la cabeza
para sufrir el primer escalofrío, los secretos que muer
den semejantes a pirañas, las calumnias y los rumores
abisales, un torbellino decelos y de engaños, el qué
dirán de las orcas y la asechanza de las anguilas en
una oscuridad que todo lo iguala y todo lo destruye.
Cuarenta y dos años atrás: el mismo mar, pero un
clima más templado y un tono cercano al acero, casi
al negro.
Es verano también, el ríspido verano del otro lado
del Atlántico, sofocante aunque sin la profusión de aro
mas y colores del Nuevo Mundo.
Otrotiempo, otra vida.
La espuma serpentea entre los dedos de Christia
na mientras un filo de luz rebana el horizonte. Si aca
so es feliz no lo revela: su boca se mantiene cerrada,
los labios resecos, el ceño pensativo.
Su vestido de lino blanco permanece en el male
cón junto con la ropa de ese hombre que, a diferencia
de ella, apenas disimula los nervios. Su cuerpo tenso y
firme le...
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