tu y el

Páginas: 7 (1530 palabras) Publicado: 7 de noviembre de 2014
"Ophidia", de Gustavo Díaz Solís
Mi vida está detenida al margen de su vida apagada. Refugiado en la oquedad de este árbol, al abrigo del relente de la madrugada que desciende de lo alto de la selva, evoco sus gestos que ya no podrán repetirse. Hace frío y la humedad pesa en el aire y en la niebla que se desplaza despacio entre el ramaje. El suelo está mojado y por el brillo de las hojascarnosas la luz huye de la sombra verde.
¡Ah, qué hermosa era Ophidia! En el duermevela retorna su perfil exacto, sus ojos donde crepitaba una diminuta y misteriosa astronomía. Ya no podré olvidar su fina boca que aún en los momentos de abrirse desmesuradamente para dar asilo al alimento era tan graciosa; ni su cuerpo parduzco adornado de cruces rojinegras. Persiste en mis sentidos la suavidad desu vasto pecho amarillo, la quietud de sus maneras, su personal garbo al arrastrarse, la inefable elegancia con que iniciaba el ascenso a los árboles.
Hace un momento ha partido Cazadora, mi pequeña y fiel amiga. Y en el insomnio me he puesto a repasar este amargo suceso de mi vida. Cazadora ha acercado a mí su gesto de consuelo y, como siempre, ha repetido parte de la triste historia. Laparte que no yo vi.
Lo que sucedió después es ridículo. Aquel hombre valióse para su placer del más abominable procedimiento, No estuvo satisfecho con quitar la vida a Ophidia, sino que preparó aquella farsa.
La mujer entró a la estancia. Vio el cuerpo de Ophidia. Rayó de un grito el aire y trató de ganar la puerta. Pero antes de que pudiera hacerlo vino al suelo, tomada de unaparálisis de pánico.
Entonces ocurrió algo extraordinario.
El hombre salió de su escondrijo. Entre risotadas deslizó melosas palabras a su mujer. Ella se fue sosegando poco a poco y el color habitaba de nuevo su rostro. Mientras tanto el hombre la acariciaba prolijamente. Por último, allí mismo, realizó con ella un precipitado acto lleno de ruidos y movimientos.

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Esto lo supedespués de una larga espera en la que filtrábase la angustia.
Comencé a estar urgido de venganza.
Entonces, el árbol familiar y las noches lóbregas de la estación lluviosa fueron de especial soledad. Un total desgano anuló todas mis normales apetencias. Supe en aquella imprevista conjunción, cuánto había amado a Ophidia; cómo estaba aferrada mi vida a la suya, bruscamente abolida.Quise morir. Pero cómo es de cierto que la muerte no prospera donde hay demasiadas fuerzas sosteniendo la vida. Así, en aquellas tristes horas, mi inmensa energía no me dejó perecer. Mi aflicción era rechazada por esa vasta posibilidad vital que caracteriza a los seres de mi especie. Probé mudar de paisaje. Imaginé huir a una comarca desierta donde no hubiese espiral de liana ni redondez de arbol(sic) que me trajese su recuerdo. Intenté la evasión. Pero al llegar a la margen del gran río me faltaron fuerzas —¡increíble!— para cruzarlo. Torné, pues, al cotidiano ambiente. Visité los sitios que habían sido de nuestra predilección. Trepé, torturádome, nuestros árboles favoritos. Verifiqué las sinuosas huellas que habíamos trazado, sobre las cuales comenzaba a cerrase la hierba. Experimenténo sé qué placentero dolor en el dolor de revivir los días placenteros. Y en toda aquella peregrinación de congoja me acompañó —aguda esquirla— la idea de la venganza.

****

Todavía estaba allí. Para el asesino la muerte de Ophidia fue seguramente un hecho más, recuerdo a la deriva en el pasado. Cómo era posible que una aberración de perspectiva hubiese convertido la más hermosa realidad de mivida en razón de bastarda, irracional complacencia. Aquellas horas fueron de interior consulta. Medité sobre la importancia que tenía este desconocimiento de las distintas especies con relación a sus respetivos ciclos vitales. Cómo una intervenía violentamente en el ciclo de otra, sin reparar en las consecuencias de su intervención. Cavilando de esta manera llegué a la conclusión pavorosa de...
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