Un Cuento De Venezuela

Páginas: 17 (4070 palabras) Publicado: 22 de octubre de 2012
Sin rumbo definido* |VENEZUELA UN CUENTO
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.. Navegaba desde hacía un par de días con el motor a media marcha y los ojos fijos en la pantalla del radar, tratando de ver a tiempo algún obstáculo en la niebla, tratando de avanzar lo más posible en las escasas horas de claridad que el clima adverso de las Kuriles concedía. A veces salía a cubierta, pero la humedad impregnaba mis ropas encuestión de minutos y tenía que volver tiritando adentro. Solo esperaba que los días se mantuvieran así, pues una tormenta en estas aguas era la peor suerte imaginable. Mi lancha podía acabar contra los riscos en alguna de las islas. “Tantas islas —pensaba— y ni un alma en ellas, no más que focas y zorros”.En ocasiones, cuando la niebla cedía, podía ver en la distancia ásperas costas donde un verdedesesperado se abría paso entre la nieve, intentando absorber la poca energía irradiada por aquel sol todavía distante, todavía frío a fines de la primavera. Entonces, desesperado también, me despojaba de los gruesos abrigos y extendía mis brazos marchitos hacia la luz. Otras veces, si el viento lo permitía, me sentaba en la proa para hablarle a las olas que venían a romper en la quilla. Miraba suestela fugaz esfumarse en la bruma y pensaba en la tranquila bahía de Avacha, pidiéndole al tiempo serenidad. Así estaba, perdido en mí mismo, con los dedos helados aferrando la barandilla de proa y el corazón añorando otro encuentro con la legendaria ciudad de Petropavlovsk, cuando percibí el silencio. Era una de esas mañanas abiertas, tan raras en el tornadizo Mar de Ojotsk, y podían verse alalcance de la mano los volcanes nevados de Onekotan, erguidos e inmóviles en un cielo limpio, casi azul. ¡Estaba tan cerca ya de tierra firme! Pero el silencio, que en otras circunstancias hubiese sido ideal, era ahora un golpe, una premonición terrible que me alejaba de Petropavlovsk quizá para siempre.—Mierda —murmuré asustado.Volví a la cabina y comprobé con angustia cada indicador. Todo parecía enorden y, sin embargo, el motor insistía en su silencio, robándome la calma. Abrumado, después de agotar mis limitadas opciones, regresé a la proa y me senté a observar el horizonte. Sabía que el buen tiempo podía acabar de un momento a otro, y que esa islita abandonada, ahora visible con sus pequeñas bahías y playas, podía borrarse en la niebla llevándose las pocas esperanzas que aún mequedaban.Usar la radio aquí era inútil: si alguien me escuchaba llegaría demasiado tarde, previendo que mi situación estaba ya perdida de antemano. Y era cierto: si estuviese al menos en Iturup, o cerca de las costas de Paramushir, tendría quizá alguna oportunidad. Pero Iturup había quedado muy atrás y hasta Paramushir faltaban todavía largas millas. Estaba solo. Debía llegar a una de esas playas, debíareparar lo antes posible mi lancha y volver a navegar; pero remar hasta la orilla, incluso con el mar en calma...Miré mis manos ateridas, respiré profundo y me puse en pie. La pesadilla que tantas veces soñé estaba ahora aquí y no había modo de evadirla.Sabía por los libros de historia que hubo gente alguna vez en Onekotan, pero no esperaba encontrar ya a nadie. A lo sumo, podría ver las ruinas de unaantigua base militar soviética abatida por el hielo de incontables inviernos, o acaso los restos más gastados del período nipón. Con mucha suerte, una vieja cabaña de pescadores, rústica e inhabitable si todavía estaba en pie. Pero muy poco de utilidad encontraría, no más de lo que había visto hasta ayer en otras islas y, ciertamente, nada de sus primeros habitantes, los ainus, cuyos vestigioshabían sido borrados por las sucesivas ocupaciones de soldados japoneses y rusos en una larga etapa de tensiones y escaramuzas. No, nada hallaría en este pedazo de tierra que pudiera dar sentido a mi forzoso desembarco, solo frío y humedad.Tuve que lidiar durante horas con las traicioneras corrientes. Llegué exhausto a la playa, maldiciendo y con las manos lastimadas. No podía evitar pensar a...
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