Un día frío de otoño en el Parque Saavedra
Cuando la madre vio lo ocurrido, acudió al guardián del parque para evitar el llanto de sus hijos. Él se encontraba juntando hojas secas caídasde los árboles, pero no demoró en prestar atención al llamado de la señora. Ambos se acercaron al lago y divisaron la pelota, trabada en medio de lo que parecía ser una planta. La distancia a la quese encontraba no era un impedimento ya que el rastrillo era lo suficientemente largo para sacarla, pero se sorprendieron cuando vieron lo que los dientes de acero habían enganchado: una maraña de pelossobre una cabeza que, por lo poco que podían ver, tenía alambres de púas enganchados al cuello.
Las caras se les transformaron, no era para menos. A mí también me pasó, pero no me cerraba cómo unacabeza podría terminar en ése lago, de ésa plaza, un lugar tan concurrido. La mujer se horrorizó y el guardián no reaccionó distinto, ya que soltó el rastrillo y la cabeza volvió al lugar donde lahabían encontrado. No se atrevía a inspeccionar más de cerca, así que lo primero que pensó fue en hacer una llamada. Desde lejos no pude escuchar con quién hablaba o qué decía, sin embargo, me di cuentaal rato que había hecho una llamada al 911.
La discreción les fue imposible de mantener. No sé qué habría hecho yo en el lugar de alguno de ellos, pero en el mío no me sentí impresionado, es más, memantuve sentado en el banco, traté de seguir leyendo pero mi atención estaba en lo ocurrido. Por otra parte, la madre de los chicos reaccionó de una forma muy escandalosa. No sólo se acercó a mí y a...
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