Un Silencioso Tumor Maligno
Por: Adriana Ortega Ortiz
Cuando hablamos de violencia, viene a nuestra mente, en la mayor¡a de los casos, la que ocasionamos o recibimos f¡sicamente, en otros, sobre todo si el interlocutor es un jurista, el t‚rmino nos representa la idea de una grave amenaza que constri¤e nuestra voluntad. Sin embargo, en relaciones quetradicionalmente se consideran de suboordinaci¢n (padre, madre-hijos; mujer-hombre) permanece soterrada una brutal forma de violencia: la crueldad mental. Un implacable "terminator" de auto-estimas. El ser humano, hombre o mujer, desaparece lentamente enmedio del humo de esta hecatombe at¢mica: simplemente quedan s¢lo trozos. Despacio, muy despacio, con la furia de un torturador y la sutileza y precisi¢n de uncirujano, las palabras y actitudes del agresor se precipitan sobre los impulsos auto-creativos de la v¡ctima hasta socavar las posibilidades de la propia edificaci¢n. No hay respuesta viable, la suavidad con que se infiere esta lesi¢n es digna del autor de un crimen perfecto: nadie la descubre a pesar de que deja innegables huellas.
La crueldad mental destruye la seguridad de muchas mujeres enel mundo. La extra¤a convicci¢n de que son est£pidas, malas amantes o feas son s¢lo s¡ntomas de que padecen o han padecido este terrible c ncer en su etapa de gestaci¢n. Otras veces, sus consecuencias son m s funestas: paranoias, neurosis, hipocondriaqu¡a e, incluso, suicidio.
Con la exactitud con la que puede tejerse una telara¤a, el verdugo psicol¢gico ejecuta conductas que tienen los m sdiversos or¡genes: su tremenda inseguridad, su frustaci¢n, la imagen que la sociedad otorga a la mujer, el dictado de un patr¢n subconsciente nacido de las relaciones que presenci¢, el deseo de venganza por el sufrimiento pasado o, simplemente, las diferentes variedades de envidia.
La habilidad de estos asesinos de amores propios enmudecer¡a a un relojero suizo: siempre saben qu‚ decir o qu‚ hacerpara lograr su objetivo: convertir en un fantasma a la destinatoria o destinatorio de su violencia. Haciendo uso de ella, un hombre que no est plenamente consciente de su propio valor destruye, con las m s variadas estrategias, la consciencia de val¡a de su pareja, s¢lo as¡ puede estar tranquilo: ella no ser mejor que ‚l, no se ir con otro, etc. La t cticas pueden ir desde la pertinazindiferencia, la obstinaci¢n del mal amante de llamar fr¡gida a su mujer (hasta convencerla) a sabiendas de que es su talento amatorio el que est en entredicho o del impotente que asegura que su pareja es castrante (hasta convencerla) enunci ndole las m s deliciosas y apeticibles amadoras aunque sepa que otros intentos tambi‚n fueron fallidos, hasta la perversidad del que altera hechos o esconde cosaspara hacer creer a otro o otra de que est demente (creencia que ha llegado a trasladarse a la realidad: la v¡ctima verdaderamente enloquece).
El cruel mental localiza los puntos d‚biles de su pareja, los contrasta con los suyos y ataca, fortaleciendo con ello su dominio y afirmando su seguridad que es exigua.
Lo aqu¡ apuntado es s¢lo una mirada general a esta problem tica que ha merecido pocaatenci¢n de nuestra legislaci¢n penal; s¢lo es una pincelada de los complejos procesos que tienen lugar cuando surge y de las graves consecuencias que entra¤a. Producto del estado de abismo existencial en que sume la p‚rdida total del respeto por t¡ misma, mujeres, ni¤os, ni¤as, adolescentes han incluso atentado contra su vida: el bien jur¡dicamente tutelado de mayor jerarqu¡a.
Desde lasmujeres..
MUJERISIMAS
Adriana Ortega Ortiz
Camina como yo, pens‚. Sonre¡ ante mi vanidad, muy tarde, mi pecho ya
se hab¡a ensanchado. Ah¡ esta, peque¤a mientras moja el recinto con el azul de su mirada, revelaci¢n de la inmensidad de su mundo interno. Supe, entonces, que Napole¢n nunca se equivoc¢, la v¡ llenar con su estaura el recinto, conjurando con su...
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