Una silla de ruedas

Páginas: 191 (47697 palabras) Publicado: 7 de abril de 2013
En Una silla de ruedas
Cuando llegó esta desgracia, Sergio aún no había cumpli­do sus dos anos.
Una mañana la madre abrió la ventana del dormitorio y el niño permaneció quieto en su camita, como si el sol no hubiese entrado en la habitación sorbiéndose la oscuridad que la llenaba. No hubo como todos los días, frotamiento de ojos, risas torpes porque aún tenían las alas metidas en el sueño, nibrazos impacientes agitándose en reclamo del cuello materno. Se le hubiera creído muerto si su mirada no se hubiese tendido llena de angustias a la madre.
El pequeño se acostó alegre. Antes de dormirse jugó y retozó en el regazo de la vieja Canducha y cuando ella acomo­dó la cabeza de Sergio en la almohada y subió el embozo para que no pasase frío, aún no se le había cerrado en su boca la risa.Al abandonarse al sueño, parecía una vida que iba al encuentro del sol; al despertar, era una vida que la suerte había dejado en el país brumoso de la tristeza. Era como si un hada maléfica se hubiera deslizado entre el silencio de la noche hasta la cama de Sergio y hubiera vaciado su rencor en esta exis­tencia que comenzaba a abrirse.
Se llamó al médico. Su diagnóstico fue que se trataba de uncaso de la Parálisis de la mañana de West. La familia no entendió lo que aquello quería decir. Lograron salvarle la vida, pero la enfermedad no quiso abandonar las piernas.
El anciano médico que lo vio nacer exclamó alegremente cuando Sergio llegó a este mundo, al mirarlo tan bien confor­mado: -¡Bienvenido, muchacho! Se ve que Nuestro Señor estaba de buen humor cuando te hizo. Aquí tenemos a uno aquien nos mandan bien armado para ir por este valle de lágri­mas.
Pero el tiempo vino a demostrarle que por más médico que fuera, no tenía nada de profeta; El mismo fue quien dijo con voz apenada al colega que acudió a ayudarle a estudiar aquel caso, mientras movía en todo sentido las piernecillas marchitas:
-Miembros de Polichinela, amigo mío. Un culdejatte pa­ra mientras viva. Ojalá meequivoque...
¡ Un cul-de-jatte! Y Sergio sonreía al médico que a la cabecera de su cama le auguraba un destino muy diferente de aquel que entreviera para el niño el día de su nacimiento.
Más tarde se pidió para él a los Estados Unidos, una silla de ruedas. Era una silla que mediante cierto mecanismo podía ensanchar asiento y respaldo, un aparato que crecería confor­me Sergio lo necesitara. Estabahecha de madera a prueba de comején, y de acero labrado; tenía adornos dorados y los al­mohadones forrados en terciopelo. Todo en ella era pulido y reluciente, sin embargo era un mueble triste.
Jamás Cinta, la madre de Sergio, ni Canducha, olvidaron el primer día en que el chiquillo fue colocado en la silla; entre almohadones suaves. El pobre reía y palmoteaba como si se tratara de un juego.
Lavieja criada se enjugó los ojos, a las escondidas, con la punta del delantal: - ¡Virgen de los Angeles! ! Que el niño Sergio no se quedara en aquella silla! ¡Qué hiciera un mila­gro! Ella le ofrecía unas piernas de oro que iría a colgar en su altar apenas viera que su cholito "se decida a andar como los cristianos".
Cinta empujaba la silla. La rodó hacia el jardín y el chirrido de las ruedas en laarena, se le metió en el corazón como una espina.
Pasaron los años y el milagro que anhelaba Canducha no se realizaba. Muchas veces los dorados de la silla perdieron su brillo y se hicieron relucir nuevamente, y muchas veces tam­bién fueron renovados los almohadones de terciopelo. El niño continuaba en ella. Sergio y el mueble iban creciendo a la par.
Era la figura de Sergio una de esas figurasque no se olvidan nunca: moreno y pálido, con una frente amplia y una nariz recta que prometían un noble perfil de varón. Sus ojos grandes de córnea muy blanca, miraban bajo las pestañas muy largas y negras con una mirada que hacía pensar en las corrien­tes de agua que se arremolinan bajo los bosques tupidos. El cabello abundante, negro y lacio, se lo recortaba la madre en torno del cuello...
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