Universitario

A Blanca le gusta exagerar. Toma tiempo acostumbrarse a sus patrones de medida. Para ella es fácil imaginar un rostro que mida kilómetros, gerentes de oficina que pesen más de tres toneladas y penes más pequeños que un milímetro. También existen taxistas que viajan a un tercio de la velocidad de la luz y otras cosas similares. Lo sorprendente de aquello es su rectitud; su exagerado cuidadopor no violar las pocas leyes naturales que aún no caducan. Es la forma que utiliza para ejercitar su espiritualidad y su fe católica. Nunca le he escuchado decir que algo viaje más rápido que la velocidad de la luz ni que un compuesto de n densidad flote en un líquido menos denso, o que una fuerza centrípeta aleje a los curas de sus parroquias y a los malos gobiernos de su capital —ésa esla centrífuga—. Supongo que es debido a su amplio sentido común, porque me consta que no es una mujer muy educada. Tampoco es una imbécil, nada parecido. Es, más bien, un espécimen común de la mujer mexicana: no tiene muchos intereses ni pasiones, salvo las que tengan qué ver con lo que quiere de los hombres. Sabe maquillarse, bailar, comprarse vestidos que la hagan verse suculenta,piernuda, sabrosa, etc., mantener un buen ritmo mientras uno la está penetrando —nada más con el pene— por cualquier orificio de su cuerpo y pedir que le paguen el taxi cuando se hace tarde y ya no pasan ni el camión ni el metro. Le vale madre todo —hasta la fecha—. Ha puesto tanto cuidado en sus técnicas de seducción que no se puede menos que desembolsarle todo lo que uno traiga, donde sea, auquenada más haya unos cuantos cigarrillos arrugados o un poco de mariguana molida y desecha en el fondo del bolsillo; o uno de esos cuernos de marrano que te hacen contemplar a Dios Padre, todopoderoso. Con eso puedes asegurar una sonrisa al día siguiente, o a la semana siguiente. Nunca se sabe. Y menos con ella. Es una mujer impredecible; en eso sí se sale del promedio. Si la voy a buscar mañanapor la mañana a su casa, aunque me haya asegurado de dejarla ahí en la madrugada, nada da certeza de que seguirá en el mismo lugar, por muy temprano que yo vaya a buscarle. Me pasó durante mucho tiempo —antes de la guerra—. Llegaba a su departamento y tocaba el timbre más de diez veces: estaba preocupado, sospechoso. Salía el conserje después de varios cuartos de hora y me decía con unamirada lastimosa —al menos eso quería pensar—:«Blanca salió muy de mañana, joven». Yo sonreía para ocultar mi desazón: «¡cuánto coraje es la risa! Es desvanecer la realidad. Un suicidio». Luego: que por qué no regresaba a buscarla más tarde. ¡Pues claro! Si no se podía hacer otra cosa: era eso o quedarme ahí como pendejo. Yo me iba, con zancadas amplias, como tratando de recuperar eltiempo. ¿Cuánto me había costado? Estar enfrente: los aposentos de Blanca; se veían carcomidos y apestosos, nada silenciosos. La pintura roja se le iba cayendo cada temblor y cada elección; permiso concedido para librarse de permanecer en espacio: de gente rica y sin dinero y de tapujos de poliéster que parecían levitas del siglo pasado... (Tengo que
citar a Cadmio: «...hace un tiempo, elplacer mexicano residía, más que nada: en la cosecha de comida, en la preparación de la comida, en comer la comida y en mancharse la ropa de comida. Ahora es igual, nada más que uno tiene qué hacer filas y pagar multas para empuercarse a gusto».) Blanca no había terminado ahí su juerga de la noche anterior: «¿Y en dónde entonces?», me preguntaba casi en voz alta. Si no hubieran sido —casisiempre— las diez de la mañana y no hubieran estado todos los trabajadores saliendo de sus oficinas a hacer el almuerzo y a engañar a sus esposas con las secretarias o con las dependientas de las panaderías, habría gritado furioso. Habría pateado la banqueta hasta sacarme sangre. Y luego: a la Cruz Roja para que me curaran «después de las cuatro de la tarde y antes de las cinco y media, porque...