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Páginas: 6 (1262 palabras) Publicado: 13 de noviembre de 2014
El miedo
[Cuento. Texto completo]

Ramón del Valle Inclán
Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero
escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso
tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo
acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entraren la
Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui
granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero
entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de
entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía
retirada en el fondo de una aldea, dondeestaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y
obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que
viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda,
que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros
del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme quehiciese
examen de conciencia:
Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor...
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La
capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido
por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado
el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estabaenterrado a la derecha del altar. El
sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y
noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica
parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que
ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandordevoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido
aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.
Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey
Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después,
acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desdela tribuna, solamente oía
el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les
tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los
rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un
eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas
delaltar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía
una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus
manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la
cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida
y sobrenatural como una diosaque tiene su altar en los bosques y en los lagos...
Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus
sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi
madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían
a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Lasniñas escuchaban. y

adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro
iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de
mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban
despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a
seguirlas y quedé...
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