Wuthering Heights
Sacó las hojas del rodillo, guardó el papel carbón para futuros documentos e introdujo cada copia del acta en su respectivo sobre: una para el archivo, unapara el juzgado penal, una para el expediente y una para el comando de la región militar. Le faltaba adjuntar el informe forense. Antes de ir a la comisaría, escribió una vez más -como todas las mañanas- su solicitud de envío de material para recibir una nueva máquina de escribir, dos lápices y una resma de papel carbón.
Ya había mandado 36 solicitudes y guardaba los cargos firmados de todas.No quería ponerse agresivo pero, si el material no le llegaba rápido, podría iniciar un procedimiento administrativo para exigirlo con más contundencia.
Después de llevar personalmente su solicitud y hacer firmar el cargo, salió a la Plaza de Armas. Los altavoces colocados en las cuatro esquinas de la plaza difundían la vida y obra de los ayacuchanos ilustres como parte de la campaña delMinisterio de la Presidencia para insuflar valores patrios a la provincia: don Benigno Huaranga Céspedes, insigne doctor ayacuchano, estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y dedicó su vida a la sabia ciencia médica en la que cosechó diversos elogios y honores varios. Don Pascual Espinoza Chamochumbi, conspicuo abogado huantino, se distinguió por su vocación de ayuda a la provincia, a la quelegó un busto del libertador Bolívar.
Para el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar, esas vidas solemnemente declamadas en la Plaza de Armas eran modelos a seguir, ejemplos de la capacidad de su pueblo para salir adelante a pesar de las penurias. Se preguntó si algún día, en mérito a su infatigable labor en pro de la justicia, su nombre merecería ser repetido por esos altavoces.Se acercó a una carretilla de periódicos y pidió el diario El Comercio. El vendedor dijo que la edición del día no había llegado a Ayacucho, pero tenía la del día anterior. Chacaltana la compró. Nada puede cambiar mucho de un día para otro, pensó, todos los días son básicamente iguales. Luego siguió su camino hacia la comisaría.
Mientras andaba, el cadáver de Quinua le produjo una vagamezcla de orgullo e inquietud. Era su primer occiso en el año que llevaba desde su regreso a Ayacucho. Era un síntoma de progreso. Hasta ese momento, cualquier caso de muerte había ido directamente a la Justicia Militar, por razones de seguridad. La fiscalía sólo recibía peleas de borrachos o maltratos domésticos, a lo más alguna violación, frecuentemente de un esposo a su esposa.
El fiscalChacaltana veía ahí un problema de tipificación del delito y, de hecho, había remitido al juzgado penal de Huamanga un escrito al respecto, que aún no había recibido respuesta. Según él, esas prácticas, dentro de un matrimonio legal, no se podían llamar violaciones. Los esposos no violan a sus esposas: les cumplen. Pero el fiscal Félix Chacaltana Saldívar, que comprendía la debilidad humana, normalmenteabría un acta de conciliación para amistar a las partes y comprometía al esposo a cumplir su deber viril sin producir lesiones de cualquier grado. El fiscal se acordó de su ex esposa Cecilia. Ella nunca se había quejado, al menos de eso. El fiscal la había tratado con respeto, apenas la había tocado. Ella se habría quedado boquiabierta de ver la envergadura del caso del cadáver. Lo habría...
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