Ballard J
J.G. Ballard
EN COLUMBINE SEPT HEURES la luz era siempre crepuscular. Allí la hermosa vecina de
Halliday, Ga-brielle Szabo, se paseaba toda la noche, levantando con el vestido de
seda unas finas nubes de arena de color cereza. Desde el balcón del hotel vacío, cerca
de la colonia de artistas, Halliday miraba por encima del río seco las sombras inmóviles
en el suelo del desierto, elcrepúsculo africano, infinito y continuo, que lo llamaba
prometiéndole el cumplimiento de unos sueños perdidos. Las dunas oscuras, tocadas
las crestas por la luz espectral, se alejaban como olas de un mar de medianoche.
A pesar de la luz casi estática, inmovilizada en este crepúsculo interminable, el lecho
del río parecía colmado de colores. Cuando la arena bajaba deslizándose en las orillas,descubriendo las vetas de cuarzo y las compuertas de hormigón del dique, la noche se
encendía brevemente, iluminada desde dentro como un mar de lava. Las puntas de las
viejas torres del agua y los bloques inconclusos de viviendas asomaban de pronto en la
oscuridad, más allá de las dunas, cerca de las ruinas romanas de Leptis Magna. Hacia
el sur, siguiendo el curso sinuoso del río, se extendía el añilintenso de los conductos
de la planta de irrigación, donde las líneas de los canales se entrecruzaban como un
delicado enrejado de huesos.
Halliday pensó que esta transformación continua, tan rara de color como los extraños
cuadros que adornaban el cuarto del hotel, revelaba las perspectivas ocultas del
paisaje, y del tiempo, de manecillas casi congeladas en una docena de relojes sobre la
repisa ylas mesas. Halliday había traído consigo aquellos relojes a África del Norte con
la esperanza de que allí, en el cero psíquico del desierto, se animasen repentinamente.
Los relojes muertos, que lo miraban desde las torres municipales y los hoteles de los
pueblos abandonados, eran la única flora desértica, las insólitas llaves que le abrirían
las puertas de los sueños.
Con esta esperanza habíallegado tres meses antes a Columbine Sept Heures. El sufijo,
que se agregaba a los nombres de todas las ciudades y pueblos —Londres 6 P.M.,
Saigón Medianoche—, indicaba las posiciones respectivas en el perímetro casi
estacionario de la Tierra, la hora del día eterno en que habían quedado cuando el
planeta dejó de existir. Halliday había vivido cinco años en la colonia internacional de
Trond-heim, enNoruega, una zona de nieves eternas, donde los pinos, alimentados
por el sol inmóvil, crecían más y más, aislando las ciudades. Este mundo de nórdica
tristeza había sacado a luz todos los problemas latentes de Halliday en relación con el
tiempo y los sueños. La dificultad de dormir, hasta en un cuarto oscurecido, inquietaba
a todos —se tenía la impresión de estar perdiendo el tiempo perdido y a lavez de que
el tiempo no pasaba, pues allí estaba el sol, estacionario en el cielo—, y Halliday en
particular se sentía obsesionado por los sueños interrumpidos. Muchas veces
despertaba con una imagen ante los ojos: plazas iluminadas por la luna y fachadas
clásicas de un viejo pueblo mediterráneo, y una mujer que caminaba entre columnas
en un mundo sin sombras.
Este cálido mundo nocturno loencontraría sólo trasladándose al sur. A trescientos
kilómetros al este de Trondheim, la línea de crepúsculo era un corredor glacial de
viento y nieve que se extendía hasta la estepa rusa, donde las ciudades abandonadas
yacían bajo los glaciares como joyas inaccesibles. En cambio, el aire nocturno del
África era todavía cálido.
Al oeste de la línea de crepúsculo comenzaba el hirviente desierto delSahara, con los
mares de arena fundidos en lagos de vidrio, pero a lo largo de una estrecha franja, en
el límite de la luz, aún vivían unas pocas personas, en las viejas ciudades turísticas.
Fue aquí, en Columbine Sept Heures, un pueblo abandonado a orillas del río seco, a
ocho kilómetros de Leptis Magna, donde Halliday vio por primera vez a Gabrielle
Szabo; se acercaba caminando como si acabara de...
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