El abismo - Mitos de Cthulhu
El Abismo
Robert A. W. Lowndes
Sacamos el cuerpo del conde Norden en plena noche de noviembre, bajo
unas estrellas que brillaban con un fulgor terrible, y condujimos
enloquecidamente carretera arriba en la montaña. Teníamos que destruir
el cuerpo por causa de los ojos; sí, de aquellos ojos que no querían
cerrarse, sino que parecían haber fijado su miradaen un objeto a espaldas
del observador. Debíamos aniquilar aquel cuerpo que diríase
absolutamente vaciado de sangre, sin que hubiera traza alguna de herida;
cuya carne aparecía cubierta de marcas luminosas, trazos y arabescos que
cambiaban de forma y orientación ante los propios ojos de uno.
Instalamos lo que había sido el conde Norden detrás del volante, pusimos
un detonador de manufacturacasera en el depósito de la gasolina, lo
encendimos, y arrastramos el vehículo hasta la pendiente que se rompía
en un cortado abrupto, por el que poco después cayó envuelto en llamas a
modo de flameante meteoro.
No fue hasta el día siguiente que nos dimos cuenta de que habíamos
actuado bajo la influencia de Dureen..., ¡hasta yo lo había olvidado! ¿Cómo,
de otro modo, habríamos obrado contanta resolución? Desde el instante
en que se hicieron nuevamente las luces y vimos aquella cosa que un
momento antes había sido el conde Norden, no fuimos sino sombras
vagas irreconocibles de una horrible pesadilla. Todo había quedado
olvidado, salvo las órdenes que, sin palabras, regían nuestras acciones
mientras contemplábamos cómo se estrellaba el fulgurante coche contra
el pavimento deallá abajo, observábamos su total demolición y
regresábamos cansinamente y sin cambiar comentario alguno a nuestras
respectivas casas. Cuando al día siguiente hubimos recobrado
parcialmente nuestra memoria y fuimos en busca de Dureen, éste había
desaparecido. Y dado que estimábamos en mucho nuestra libertad, no
dijimos a nadie lo que había sucedido ni tratamos de averiguar cuándo se
había idoaquél. Tan sólo buscábamos el olvido.
Y creo que lo habría logrado, olvidarme quiero decir, de no haber vuelto a
curiosear en la Canción de Yste. Los otros..., ¡qué voy a decir!..., han
intentado considerar los hechos fruto de una ilusión, de un desvarío
sensorial; pero yo no puedo. Una cosa es leer libros como el
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Robert A. W. Lowndes _ El Abismo
Necronomicón, el Libro de Eibon o laCanción de Yste, y otra cuando las
propias experiencias confirman algunos de los pasajes encerrados en esos
textos. Yo tropecé con algo así en mi curiosidad y no me he atrevido a leer
más. El libro, junto con otros que pertenecieran también a Norden, sigue
en mi biblioteca; no lo he quemado. Pero no creo que vuelva a tocar sus
páginas...
Conocí al conde Norden en la Universidad de Darwich,en una de las
clases del doctor Held sobre Historia Medieval y del Renacimiento, que
más bien diríanse estudios de lo oculto.
Norden se había mostrado sumamente interesado, era obvio; había
profundizado considerablemente en el tema por su cuenta y, en
particular, se confesaba fascinado por los escritos y referencias de una
familia de adeptos, de nombre Dirka, cuya ascendencia databa detiempos
preglaciares. Esos, los Dirka, habían traducido la Canción de Yste de su
forma legendaria a las tres grandes lenguas de las culturas prehistóricas,
y luego al griego, al latín, al árabe y al inglés medio.
Le dije que deploraba el ciego desprecio con que miraba el mundo
aquellas cosas de lo oculto, pero que yo, personalmente, no había
explorado el tema en profundidad. Me bastaba con ser unsimple
espectador y dejar que mi imaginación derivara a su antojo a impulsos de
las corrientes que cruzan ese tenebroso río de conocimientos; el discurrir
por la superficie, ¡eso era lo mío, y harto suficiente, además! Rara era,
pues, la vez que me aventurara en mayores honduras. Como poeta y
soñador ponía cuidado en no perderme en la negrura de los remolinos de
tanto caudal. Era mejor...
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