Esto implica que hemos de abandonar la ilusión de aislar un tránsito revolucionario que en unas pocas décadas del siglo XIX habría realizado el paso de la propiedad imperfecta o compartida a laperfecta o plena. Para comprender mejor lo sucedido necesitamos complementarla con otra visión, la del amplio bloque de los campesinos, arrendadores y pequeños propietarios, cultivadores con diferentestítulos y en condiciones muy diversas-, recuperando, ante todo, la historia de la revolución silenciosa que éstos han protagonizado, en especial en la primera mitad del siglo XIX cuando, al verdesatendidas sus propias peticiones de reforma, han respondido con una resistencia a pagar que ha sido la que ha acabado vaciando de valor los derechos señoriales y los diezmos. No tiene sentido, por ejemplo,hablar de la abolición del régimen señorial como fruto de unas leyes, olvidando la importancia que tiene la erosión previa de los derechos desde comienzos del siglo XIX. Ni hay que olvidar losintentos de salvar viejas cargas, bien sea a través de una metamorfosis que les da una nueva entidad, o transformándolas en títulos de propiedad a través de las indemnizaciones con títulos de la deuda quepodían utilizarse en la compra de tierras desamortizadas. La desamortización ha debido tener efectos estimulantes sobre la producción agraria en aquellos lugares en que los conventos eran cultivadoresdirectos ineficientes y la tierra ha pasado a manos más activas y más implicadas en la producción comercializada. Pero no parece que haya sido la gran medida transformadora del campo salvadoreño en unsiglo marcado por dos grandes etapas de crisis, en su inicio y a su fin, y que ha visto tantos cambios en la agricultura, incluyendo el fracaso de la gran explotación agraria “capitalista”. Estudiarlos cambios de la propiedad, de la renta, de los cultivos y de las técnicas, de la legislación, de las condiciones económicas de la actividad campesina (el endeudamiento, la incidencia de la...
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