el arte
En los años cincuenta Manuel ejerció el pastoreo. Tenía una considerable manada de cabras, un chivo y dos perros: dos bellos ejemplares de pastor garafiano, que leproporcionaban una inestimable ayuda en su oficio.
Cuando se aproximaban las fiestas Navideñas, Manuel se instalaba con su ganado en unos corrales de Buenavista, un pago próximo a Santa Cruz de La Palma, y todoslos días, muy tempranito, descendía con las cabras hacia la ciudad. A veces se producía una situación desagradable cuando se encontraba con un grupo de manganzones5, que por aquello de pasar un ratola guasa le tildaban de mago.
En uno de esos encuentros le propusieron que hiciera una exhibición de silbidos, en los que ellos suponían que Manuel, como pastor, sería un experto. Él aceptó, pero lespropuso que lo haría al día siguiente, con el fin de que tuvieran tiempo
de reunir a más compañeros que pudieran contemplar tan importante acto.
Al día siguiente, gozosa como si se dispusiera acontemplar un número circense,
la pandilla esperó a Manuel en una de las recónditas plazas por las que éste
pasaba. Cuando llegó el momento, Manuel solicitó
silencio y se dispuso a hacer la tanesperada exhibición: un silbido suave, como si acompañara el tarareo de una canción, salió de sus labios y, unos segundos después, les dio la espalda y enfiló con sus cabras por una calle.
–¡Eh! –gritaronlos del grupo– nosotros queremos que chifles
fuerte.
–No necesito silbar fuerte cuando tengo los animales tan cerca –les replicó Manuel.
Una vez le pregunté a Manuel si fueron muchos los quetuvieron el honor de asistir a tan extraordinario acto.
–Bueno, me contestó, mis animales y yo éramos más. En realidad, la diferencia entre el número de cabras y el de "machangos" era un cuadrado perfecto.Cada una de las cifras que componían dicho número también eran cuadrados perfectos,
y el número de "bamballos" como no podía ser menos, era primo.
Mis cabras no llegaban al centenar, exactamente...
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