El enamorado invisible
Ellery Queen
Roger Bowen tenía unos treinta años, era ojizarco y blanco. Alto y risueño, hablaba inglés con acento harvardiano, bebía ocasionales cocteles, fumaba más cigarrillos de lo conveniente, sentía gran cariño por su único pariente (una anciana tía que vivía de sus rentas en San Francisco) y equilibraba sus lecturas entre Sabatini y Shaw. Y ejercía toda laabogacía que podía practicarse en Corsica, Nueva York (población: 745 almas), en donde había nacido, hurtado manzanas del huerto del anciano Carter, nadado en cueros en el arroyo del intendente y cortejado a Iris Scott los sábados por la noche en la galería del "Pabellón de Corsica" (dos orquestas: ejecución continuada).
Según sus conocidos, que eran el ciento por ciento de la población deCorsica, Roger era un "príncipe", un "muchacho bonísimo", "sin pizca de petulancia" y "servicial en todo". Según sus amigos (los más de los cuales compartían la misma residencia, la pensión de Michael Scott, de Jasmine Street, contigua a la Main Street), no existía en toda la tierra un joven más gentil, bondadoso e inofensivo que él.
A la media hora de su arribo a Corsica, procedente de Nueva York, elseñor Ellery Queen había conseguido auscultar los sentimientos de la población de Corsica referente a su más comentado ciudadano. Se enteró de algo por boca del señor Klaus, el almacenero de Main Street; de otros detalles le informó un pilluelo que jugaba cerca del Juzgado del Condado y muchísimo más le dijo la señora Parkins, esposa del cartero de Corsica. Del que menos pudo averiguar fue delpropio Roger Bowen, quien parecía un joven asaz decente y simpático, y atónito por la desgracia que cayera sobre él.
Al dejar la cárcel estatal y dirigirse a la pensión aludida, en donde residían los mejores amigos de Roger Bowen, responsables de su precipitado viaje a Corsica, cavilaba el señor Ellery en que era asombroso que ese espejo de virtudes yaciera en un calabozo, aguardando ser juzgadopor asesinato en primer grado.
-¡Vamos, vamos! -manifestó el señor Ellery Queen, balanceándose en el balcón de cortinas rosadas-. El asunto no será tan malo como dicen. De acuerdo con lo declarado por Bowen...
El padre Anthony estrujó sus manos huesudas:
-Yo mismo bauticé a Roger -dijo, con acento trémulo-. ¡No es posible, señor Queen! ¡Yo mismo lo bauticé! Y él me juró no haber asesinadoa McGovern... ¡y yo le creo!... Y sin embargo... John Graham, el más notable abogado del condado, defensor de Roger, asevera que éste es uno de los peores casos que ve en su carrera...
-En cuanto a eso -masculló el ciclópeo Scott-, el mismo muchacho ha admitido las dificultades de su situación. ¡No lo creería culpable aunque lo confesara el mismo Roger!
-Todo cuanto sé decirles -terció laseñora Gandy, desde su silla de ruedas- es que, quienquiera diga que Roger Bowen asesinó a ese majadero de Nueva York, es un imbécil sin remedio. Admitamos que Roger permaneció solo en su cuarto la noche del crimen: ¿qué hay con eso? ¿Acaso una persona no puede tener el derecho de irse a dormir? ¿Y cómo diablos podría haber testigos de eso, señor Queen? ¡Oh, no! ¡Roger no es ningún criminal nipillastre, como tantos que yo conozco!
-No tiene coartadas -suspiró Ellery.
-Eso empeora las cosas -masculló Pringle, jefe de policía de Corsica, hombre obeso y membrudo-. ¡Ojalá alguien hubiera estado con él la noche fatal! Desde luego -se apresuró a agregar, captando la furibunda ojeada de la señora Gandy- no creo que Roger haya muerto a McGovern; pero cuando oí decir que había altercado conél y...
-¡Ah! -murmuró Ellery-. Conque cambiaron golpes, ¿eh? ¿Alguno formuló amenazas contra el otro?
-No hubo golpes -respondió el padre Anthony-, pero altercaron. McGovern fue muerto de un tiro alrededor de la medianoche y Roger tuvo un cambio de palabras con él menos de una hora antes. A decir verdad, señor, no fue ésa la primera vez. Ya habían discutido en diferentes ocasiones. Y todo...
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