El Hombre En Busca De Sentido
“UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE
CONCENTRACIÓN”
No se trata, por lo tanto, de un relato de hechos y sucesos, sino de experiencias personales, experiencias que millones de seres humanos han sufrido una y otra vez. Es la historia íntima de un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. Este relato trata de mis experiencias como prisionero común, pueses importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuve trabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas. Unos pocos de mis colegas fueron lo bastante afortunados como para estar empleados en los rudimentarios puestos de primeros auxilios aplicando vendajes hechos de tiras de papel de desecho. Yo era un prisionero más, el número 119.104, y la mayorparte del tiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril.
Unas 1500 personas estuvimos viajando en tren varios días con sus correspondientes noches; en cada vagón éramos unos 80. Todos teníamos que tendernos encima de nuestro equipaje, lo poco que nos quedaba de nuestras pertenencias. Los coches estaban tan abarrotados que sólo quedaba libre la parte superior de las ventanillas pordonde pasaba la claridad gris del amanecer. Y, de pronto, un grito se escapó de los angustiados pasajeros: "¡Hay una señal, Auschwitz!" Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas. Teníamos hambre y frío y no había espacio suficiente ni para sentarnos en cuclillas en el suelo desnudo, no digamos ya para tendernos.Durante cuatro días, nuestro único alimento consistió en un trozo de pan de unos 150 gramos. Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda. ¿Qué otra cosa nos quedaba que pudiera ser un nexo material con nuestraexistencia anterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan.
Conforme avanzaban los días los prisioneros cada vez perdían las esperanzas se preguntaban ellos mismos ¿Qué fue lo que hice para merecer esto? ¿Por qué a mí? Solo llenaba el corazón de esperanza el decir “ya amaneció es un nuevo e incapaz día”. La apatía, el principalsíntoma de la segunda fase, era un mecanismo necesario de autodefensa. La realidad se desdibujaba y todos nuestros esfuerzos y todas nuestras emociones se centraban en una tarea: la conservación de nuestras vidas y la de otros compañeros. Era típico oír a los prisioneros, cuando al atardecer los conducían como rebaños de vuelta al campo desde sus lugares de trabajo, respirar con alivio y decir:"Bueno, ya pasó el día." Debido al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el deseo de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se centraba la vida mental es decir se imaginaban aquellos platillos deliciosos y preferidos. La dieta diaria consistía en una única ración de sopa aguada y un pequeñísimo pedazo de pan. Se nos repartía, además,una "entrega extra" consistente en 20 gr de margarina o una rodaja de salchicha de baja calidad o un pequeño trozo de queso o una pizca de algo que pretendía ser miel o una cucharada de jalea aguada, cada día una cosa. Una dieta absolutamente inapropiada en cuanto a calorías, sobre todo teniendo en cuenta nuestro pesado trabajo manual y nuestra continua exposición a la intemperie con ropasinadecuadas. Agradecíamos los más ínfimos favores. Nos conformábamos con tener tiempo para despiojarnos antes de ir a la cama, aunque ello no fuera en sí muy placentero: suponía estar desnudos en un barracón helado con carámbanos colgando del techo. Nos contentábamos con que no hubiera alarma aérea durante esta operación y las luces permanecieran encendidas. En la oscuridad no podíamos despiojarnos, lo...
Regístrate para leer el documento completo.