EL MAÑANA, EL MAÑANA Y ETCETERA - JOHN UPDIKE
John Updike
Amontonándose, empujándose, platicando, el grupo 11D empezó a entrar en el aula 109. Por el tipo de
excitación de sus alumnos, Mark Prosser supuso que iba a llover. Llevaba tres años de dar clases en
secundaria y sus alumnos seguían impresionándolo: eran unos animales tan sensibles, reaccionaban de una
manera tan infalible a una presiónmeramente barométrica.
Brute Young se detuvo junto a la puerta mientras el pequeño Barry Snyder, que apenas le llegaba al codo,
risoteaba nerviosamente: su risita ronca subía y bajaba, sumergiéndose hacia algún secreto vil, que tenía que
ser saboreado y resaboreado, y saltando luego como cohete para proclamar que él, el pequeño Barry,
compartía semejante secreto con el grandulón de la escuela. ABarry le encantaba andar de sombra de Brute.
El grandulón no le hizo mucho caso y volteó en busca de algo que aún no aparecía por la puerta, mientras la
procesión que venía empujando se llevaba a Barry por delante.
Exactamente bajo los ojos de Prosser, como un crimen que de repente apareciera en un friso histórico, entre la
continuidad de reyes y reinas, alguien con un lápiz le picó las nalgas auna muchacha. Ella lo ignoró
arrogantemente. De un tirón, otra mano le desfajó la camisa a Geoffrey Langer. Geoffrey, un alumno
brillante, no supo bien si considerarlo una broma o defenderse con ira; e hizo un débil, ambiguo gesto de
compromiso, con una expresión de vaga arrogancia, que Prosser de inmediato asoció con los confusos
sentimientos que a él mismo le ocurrían. A lo largo de toda lafila, en el resplandor de los llaveros y en los
ángulos agudos de los puños arremangados, se expresaba una electricidad que el simple clima era incapaz de
generar.
Mark se preguntó si ese día Gloria Angstrom traería puesto ese suéter de angora, de un rosa subido,
prácticamente sin mangas. El factor de disturbio era la falta de mangas, y cómo quedaban expuestos al aire
esos dos brazos serenos,blancos como muslos contra la delicada lana.
Su sospecha era correcta. Una mancha de un rosa vivo relumbraba entre el zangoloteo de brazos y de
hombros, conforme entraba al salón el último grupito de chamacos.
—Pueden sentarse —dijo el señor Prosser—; aprisa, muévanse.
La mayoría obedeció, pero Peter Forrester, que había estado en el centro del grupo que rodeaba a Gloria,
seguía demorándosecon ella junto a la puerta, terminando de contarle algo, con el propósito de hacerla reír o
de arrancarle un pequeño grito, él, satisfecho, meneó la cabeza, sacudiendo su pelo anaranjado,
presuntuosamente peinado con una especie de copete colgante. A Mark siempre le habían caído mal los
pelirrojos con sus pestañas blancas, sus caras hinchadas, sus ojos tiroideos y sus bocas con el absurdo gestode
seguridad en sí mismos. Una raza de engreídos. Prosser tenía el pelo castaño.
Cuando Gloria, caminando con movimientos deliberados y majestuosos, ya se había sentado, y Peter había
llegado a su pupitre, el señor Prosser dijo:
—Peter Forrester.
—¿Sí? —Peter se levantó, buscando apresuradamente en su libro la página que tocaba.
—Por favor, diga a la clase el significado exacto de “El mañanay el mañana, y el mañana / Con rutina se
desliza, de día en día”.
Peter echó un vistazo a su edición escolar de Macbeth, que estaba abierta sobre su pupitre. Una de las
muchachas menos atractivas echó una risita nerviosa desde atrás del salón. Peter era popular con las
muchachas; a esa edad, las jóvenes tienen mente de mariposa ciega.
—Con el libro cerrado, Peter. Recuerde usted que todosnos hemos aprendido, para hoy, este pasaje de
memoria, ¿no?
La muchacha de atrás del salón soltó un chillido de placer. Gloria puso su libro abierto sobre su pupitre, de
modo que Peter pudiera verlo. Peter cerró el suyo de golpe y miró en el de Gloria.
—Bueno —dijo finalmente—, creo que significa en gran medida lo que dice.
—¿Y qué dice?
—Bueno, que el mañana es algo sobre lo que pensamos...
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