El Monje
Matthew G Lewis
Matthew G. Lewis
El monje
VOLUMEN PRIMERO
Capítulo primero
–Lord Angelo is precise; Stands at a guard with envy; Scarce confesses That his blood flows, or that his appetite Is more to bread than stone. SHAKESPEARE, Medida por medida
Apenas llevaba sonando la campana del convento cinco minutos, y ya se encontraba la iglesia de los capuchinos abarrotadade oyentes. No creáis que la multitud acudía movida por la devoción o el deseo de instruirse. A muy pocos les impulsaban tales motivos; en una ciudad como Madrid, donde reina la superstición con tan despótica pujanza, buscar la devoción sincera habría sido empresa vana. El público congregado en la iglesia capuchina acudía por causas diversas, todas ellas ajenas al motivo ostensible. Las mujeresvenían a exhibirse, y los hombres a ver a las mujeres; a algunos les atraía la curiosidad de escuchar a un orador afamado; a otros el no tener otro medio de matar el tiempo hasta que empezase el teatro; a otros, el habérseles asegurado que era imposible encontrar sitio en la iglesia; y la mitad de Madrid acudía allí esperando encontrarse con la otra mitad. Las únicas personas verdaderamente deseosasde oír al predicador eran unas cuantas viejas beatas y media docena de oradores rivales, dispuestos a encontrar defectos y a ridiculizar el discurso. En cuanto al resto del auditorio, de haberse suprimido totalmente el sermón, nadie se habría sentido defraudado, y muy probablemente ni habrían notado la omisión. Fuera como fuese, lo cierto es que la iglesia capuchina jamás se había visto con unaasistencia tan numerosa. Estaban llenos todos los rincones y ocupados todos los asientos. Incluso las imágenes que adornaban las largas naves habían sido utilizadas. Los chicos se habían encaramado en las alas de los querubines; San Francisco y San Marcos cargaban un espectador sobre los hombros; y Santa Águeda se vio en la necesidad de llevar dos. El resultado fue que, a pesar de toda sudiligencia y premura, nuestras dos recién llegadas miraron inútilmente, al entrar en la iglesia, buscando algún sitio vacío. Con todo, la más vieja siguió avanzando. En vano se elevaban de todas partes exclamaciones contra ella; en vano se le decía: «Os aseguro, señora, que aquí no hay sitio». «¡Por favor, señora, no me empujéis de manera tan desconsiderada!» «¡Señora, no podéis pasar por aquí! ¡VálgameDios! ¡Qué pesada es la gente!»; la vieja, testaruda, seguía adelante. A fuerza de persistencia y de brazos robustos, se abrió paso a través de la multitud y logró hacerse sitio en el mismo centro de la iglesia, a no mucha distancia del púlpito. Su acompañante la había seguido con timidez y en silencio, al amparo de los esfuerzos de su guía. –¡Virgen Santa! –exclamó la vieja en tono de contrariedad,mientras lanzaba una mirada interrogativa a su alrededor–. ¡Virgen Santa! ¡Qué calor! ¡Qué gentío! Me pregunto a qué se deberá todo esto. Creo que debemos regresar: no hay ni una silla, y no parece que haya ninguna persona amable dispuesta a cedernos la suya. 2
Matthew G. Lewis
El monje
Esta descarada indirecta atrajo la atención de dos caballeros que ocupaban sendos taburetes a laderecha y apoyaban la espalda contra la séptima columna a partir del púlpito. Los dos eran jóvenes e iban ricamente vestidos. Al oír esta apelación a su cortesía hecha por una voz femenina, interrumpieron su conversación para mirar a la que había hablado. Esta se había apartado el velo para otear mejor en torno suyo. Tenía el pelo rojizo y era bizca. Los caballeros se volvieron otra vez y reanudaronla charla. –¡Por favor! –exclamó la compañera de la vieja–; ¡por favor, Leonela, regresemos a casa inmediatamente; hace demasiado calor, y me horroriza tanta gente! Estas palabras fueron pronunciadas en un tono de inmensa dulzura. Los caballeros interrumpieron de nuevo su charla, pero esta vez no se contentaron con mirar: se enderezaron ostensiblemente en sus asientos y se volvieron hacia la que...
Regístrate para leer el documento completo.