El Ritual Musggrave
El ritual de los Musgrave
El ritual de los Musgrave
Mayo de 1893
Sir Arthur Conan Doyle
Sherlock-Holmes.es
2
El ritual de los Musgrave
« ¿Qué rescoldos de venganza se convirtieron de pronto en llamaradas en el alma de aquella
apasionada mujer?»
Una anomalía que a menudo me llamaba la atención en el carácter de mi amigo Sherlock
Holmes era la de que,a pesar de que en sus métodos de pensamiento era el más ordenado y
metódico de todos los hombres, y aunque también mostraba un cierto esmero discreto en su manera
de vestir, en sus hábitos personales era, en cambio, uno de los hombres más desordenados que
jamás hayan llevado a la desesperación a un compañero de pensión. No es que yo sea ni mucho
menos convencional en este aspecto, pues lavida desordenada en Afganistán, unida a una
disposición de por si bastante bohemia, me han convertido en hombre más descuidado de lo que
corresponde a un médico. Pero en mi caso existe un límite y, cuando encuentro a un hombre que
guarda sus cigarros en el cubo para el carbón, su tabaco en la punta de una zapatilla persa y su
correspondencia sin contestar atravesada por una navaja de bolsillo enel centro de la repisa de
madera de su chimenea, entonces empiezo a darme aires virtuosos.
Siempre he sostenido también que la práctica del tiro de pistola deberla ser, indiscutiblemente,
un pasatiempo propio del aire libre, y cuando Holmes, en uno de sus arrebatos de extravagante
humor se sentaba en una butaca, con su revólver y un centenar de cartuchos Boxer, y procedía a
adornar la paredopuesta con unas patrióticas iniciales V.R. trazadas a balazos, yo creía firmemente
que ni la atmósfera ni la apariencia de nuestra habitación mejoraban con ello.
Nuestros aposentos siempre estaban llenos de productos químicos y de reliquias del mundo
criminal, que tenían la particularidad de desplazarse hasta lugares improbables y aparecer en la
mantequera o en si-tíos todavía más indeseables.Pero mi peor cruz eran sus papeles. Le causaba
horror destruir documentos, en especial aquellos que guardaban relación con anteriores casos suyos,
y sin embargo sólo una o dos veces al año reunía energías para rotularlos y ordenarlos, pues, tal
como he mencionado en algún lugar de estas incoherentes memorias, sus arranques de apasionada
energía, cuando llevaba a cabo las notables hazañas conlas que va asociado su nombre, eran
seguidos por reacciones letárgicas durante las cuales permanecía tumbado con su violín y sus libros,
casi sin moverse, salvo para pasar del sofá a la mesa. Así, mes tras mes se acumulaban sus papeles,
hasta que en todos los rincones de la habitación se apilaban fajos de textos manuscritos que por
nada del mundo habían de quemarse y que no podían sercambiados de lugar por nadie que no fuera
su propietario.
Una noche de invierno, sentados los dos frente al fuego, me aventuré a sugerirle que, en vista de
que ya había acabado de pegar recortes en su libro de noticias, bien podía emplear las dos horas
siguientes en hacer un poco más habitable nuestra habitación. No pudo negar la justicia de mi
petición y, con cara un tanto severa, se fue a sudormitorio y volvió de él arrastrando tras de sí una
gran caja metálica. La colocó en medio del suelo y, poniéndose en cuclillas ante ella, abrió la tapa.
Pude observar que una tercera parte de ella ya estaba llena de fajos de papel sujetos con cinta roja
para formar diferentes paquetes.
–Aquí hay casos de sobra, Watson –anunció, mirándome con ojos maliciosos– . Creo que si
supiera usted todo loque tengo en esta caja, me pediría que sacara parte de su contenido en vez de
meter más papeles en ella.
–¿Están en ella, pues, los documentos referentes a sus primeros trabajos? –pregunté–. A
menudo he deseado disponer de sus notas sobre estos casos.
–Sí, amigo mío, todos ellos fueron prematuros, anteriores a la llegada de mi biógrafo para
glorificarme.
–Levantaba un fajo tras otro, con...
Regístrate para leer el documento completo.