estudiante
Revista Internacional de Sociología, Tercera Época, Número 2, 1992, pp. 169-178.
Aparentemente muchas razones influyen para que veamos en el terrorismo una
forma singular de violencia política. Sin embargo, un examen rigurosos de esas dos
nociones y el conocimiento de experiencias terroristas adquirido en diversas
regiones del mundo, hacenque nos resistamos a esa identificación entre terrorismo
y violencia política.
LA VIOLENCIA POLÍTICA
Durante mucho tiempo, dos grandes paradigmas han dominado el análisis de la
violencia política. El primero, que podemos calificar como neofuncionalista,
prolonga y generaliza las proposiciones de la sociología funcionalista, que explica la
violencia política en función del sistema político odel Estado. Si bien autores tan
importantes como Samuel Huntington (1) o Lewis Coser (2) han podido pensar que,
en efecto, la violencia políticoa resulta de la crisis, de rigideces, de bloqueos o de
fallos a ese nivel, es sobe todo con los trabajos de Ted Robert Gurr (3) o de James
C. Davies (4) con los que se ha desarrollado durante los años 60 y 70 una
sociología de la violencia política, entorno al tema de la frustración relativa, y cuyo
principio centra ha sido la idea de que la violencia política es una conducta
desarrollada como reacción a los cambios de posición relativa de los individuos o de
los grupos afectados.
Este modo de pensamiento fue fuertemente criticado, en los años 70, por los
partidarios de un segundo paradigma: la sociología llamada de la 'movilización delos recursos'. Aquí, el análisis se funda en un principio utilitarista, asegurando que
la violencia es un medio al servicio de la obtención de fines políticos que son muy
diversos: crear una situación revolucionaria, tomar el poder estatal, convertirse en
un protagonista político y entonces institucionalizarse, revelar la 'verdadera'
naturaleza de un Estado, activar el despertar de una clase ouna nación, etc. Esta
violencia de carácter instrumental es para Charles Tilly (5) o Anthony Oberschall
(6), un recurso entre otros, y el actor ya no se define por sus frustraciones y
reacciones, sino por sus intenciones, cálculos y estrategias.
En realidad, estos dos grandes modos de aproximación no bastan cuando se trata
de estudiar el terrorismo. El primero, en efecto, aporta en el mejor delos casos,
una descripción de las condiciones favorables para la aparición de una experiencia
terrorista, pero en ningún caso un modelo explicativo. La crisis del Estado o de un
sistema político puede generar otras conductas que no sean de violencia: por
ejemplo, de retirada, apatía,; además, la idea de la frustración relativa permite dar
cuenta de una variedad tal de situaciones, que pierdede hecho todo valor
heurístico (7). Al contrario, situaciones de apertura política pueden ser asociadas a
un crecimiento de la violencia política y a una escalada de sus protagonistas hacia
el terrorismo, como en el caso de ETA desde la muerte de Franco -lo que una
explicación neofuncionalista tiene dificultades para explicar, salvo que integre
razonamientos procedentes de Tocqueville (segúnla idea de que cuando el control
disminuye los actores se hace revolucionarios) y otros de Durkheim o de Parsons.
La sociología de la 'movilización de recursos' es, a primera vista, más pertinente.
¿No se observa, en los actores terroristas, un sentido, a menudo muy desarrollado,
del cálculo y la estrategia? ¿No son perfectamente racionales, capaces de definir
claramente fines políticos yutilizar el terror para lograrlos porque el medio más
eficaz, el menos costoso? Sin embargo, aquí también tenemos que establecer
importantes reservas. La primera se refiere a la naturaleza de la violencia
terrorista, que no es un recurso entre otros, sino una modalidad de acción
altamente específica. Aquí podemos aplicar al terrorismo las observaciones de Yves
Michaud (8) a propósito de la...
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