Historia
Con su habitual franqueza, Eric Hobsbawm explicó que había modificado la estructura de su obra sobre El siglo Corto (1), mientras lo estaba escribiendo. Al comienzo, según explicó en una conferencia un año antes de su publicación, él había concebido el libro como un díptico: la primera parte del mismo debía estar dedicada al periodo de la catástrofe, desde el estallido de laprimera guerra mundial hasta la segunda postguerra; la segunda, desde los últimos años cuarenta hasta la época presente, “exactamente lo contrario”: la reforma del capitalismo y la persistencia del socialismo, en medio del “gran salto adelante de la economía mundial” , que durante la época de Brezhnev había permitido a los propios rusos vivir mejor que las generaciones precedentes.
Tras elhundimiento de la URSS
Dos acontecimientos modificaron su investigación: el hundimiento del bloque soviético al final de los años noventa y la coincidente gravedad de la crisis económica en Occidente. Resulta evidente cuál de estos dos factores resultó ser decisivo. Como él mismo observa, las señales de la decadencia de la economía capitalista eran ya visibles a mediados de los años setenta: el estallidode la burbuja financiera en Japón y la recesión americana de 1991-92 son tan solo los últimos episodios de un largo proceso, como ya habían indicado hace tiempo las ondas de Kondriatev, que Hobsbawm ya había incluido en el díctico. Era la caída de la URSS lo que lo cambiaba todo. Desde una perspectiva estratigráfica esto confirma la misma articulación estructural de la obra. La colocación y laspremisas del capítulo “Contra el enemigo común” ponen de manifiesto el sentido del punto de vista originario del díptico, que habría sufrido, posteriormente, un punto de inflexión en el siglo XX, en el momento en que, tras las ordalías de la batalla de tanques de Kursk, y de la batalla de la Bastogne, la historia pasó de un extremo a otro: de un desastre colectivo sin parangón a un progreso comúnhasta entonces inimaginable
Una vez modificado el proyecto y subdividido el libro en tres partes, este estrato anterior no desaparece, sino que por el contrario, vuelve a aparecer bajo otro aspecto. También en otros puntos se percibe el forcejeo entre los proyectos desde los que se aborda los mismos acontecimientos. Por eso precisamente, los extensos capítulos sobre la edad de oro dedicados a lasrevoluciones sociales y culturales de la posguerra no se limitan a someter a examen los años transcurridos entre 1950 y 1973, sino que se prolongan hasta lo que hubiera debido ser el final del díptico (el primero de ellos se prolonga nada menos que hasta el año 2000, más allá de los confines del libro)
Para sostener esta hipótesis, el autor cita las palabras de otro historiador que ha sufridola experiencia de la derrota, Reinhart Koselleck, veterano del ejército de Von Paulus en Stalingrado: “El historiador que está de parte de los vencedores es fácilmente inducido a ver en un acontecimiento de breve duración un acontecimiento duradero, interpretado según el sentido de las consecuencias, en términos teleológicos. Para los derrotados, es distinto. Su experiencia primaria es la de quienha visto evolucionar las cosas en sentido contrario al de sus esperanzas y proyectos. Estos otros tienen la necesidad de explicarse por qué los hechos han acabado así...Puede ocurrir que en lo inmediato sean los vencedores quienes hagan la historia. Pero a largo plazo son los derrotados los que realizan los mayores progresos en la comprensión histórica”. Naturalmente, observa Hobsbawm, la derrotano basta para garantizar por sí misma la comprensión, pero, de Tucídides en adelante, es un estímulo a tener en cuenta.
Estrategias de consolación
El Siglo Breve se inserta en esta tradición y ciertamente, constituye su más formidable esfuerzo contemporáneo. Pero, a pesar de su fuerza, el argumento de Koselleck es parcial: mientras reivindica las ventajas epistemológicas de la derrota,...
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