Historia
Pablo A. Pozzi*
Cuando ingresé por primera vez a la universidad para estudiar historia, allá por el año 1971, la Argentina se estremecía en los comienzos de un auge revolucionario, el Che hacía poco que había sido asesinado en Bolivia, y los Tupamaros uruguayos nos entusiasmaban con su accionar tipo “Robin Hood”. En ese momento unode mis profesores de historia me obligó (literalmente) a leer un libro con un título que me parecía francamente aburrido: Rebeldes Primitivos[1]. Encima estaba escrito por un tipo de nombre impronunciable que, por ser inglés, indudablemente debía ser un imperialista agente de la penetración extranjera: Eric Hobsbawm. Como dirían mis alumnos el día de hoy, “me voló la cabeza”. Resultaba que elinglés no sólo no era un agente imperialista sino que su historia era buena, relevante y, sobre todo, servía para comenzar a investigar y explicar la revolución latinoamericana que nos apasionaba y movilizaba. Poco tiempo más tarde leíamos fascinados La Era de la revolución[2]. Para nosotros esta obra era algo así como El Capital de Marx llevado a los estudios históricos y que, además, se podíaentender.
Este gran historiador y comunista fue uno de los que me hizo entrar en crisis con una práctica por la cual la militancia iba por un carril y lo intelectual por otro. Así, la historia social de historiadores como Hobsbawm y E. P. Thompson captó a gran parte de mi generación, sobre todo a los que considerábamos los más inteligentes y más comprometidos. Los otros se dividían entre unaderecha positivista y rankeana y un reducidísimo grupos de admiradores de Annales que se dedicaban a cosas, para nosotros, irrelevantes e inútiles como “la vida cotidiana” o “las mentalidades”.
Para nosotros la historia social, marxista y militante, era una forma de poner nuestra profesión al servicio de la liberación nacional y social aportando a comprender las profundas razones históricas de ladominación y la explotación en América latina. Queríamos disputar, al decir de los revolucionarios vietnamitas, “el corazón y la mente” de la gente y “ganar la calle”. Leíamos ávidamente, entre tantos otros, a Trotsky, a Rosa Luxemburgo, a Lukács. Entre los historiadores admirábamos a Pierre Vilar, a Sergio Bagú, a Pierre Broué, y sobre todo a los marxistas ingleses como Maurice Dobb y su modelode historiador comprometido y militante. Entre éstos últimos Hobsbawm era una referencia ineludible. Éste tenía la importancia de que no sólo era un gran historiador, sino que era marxista y que, además, el individuo común podía entender y deleitarse con sus aportes. Pero además era un conspicuo militante comunista. Esto último nos generaba algunas contradicciones: al fin y al cabo la mayoría denosotros éramos antistalinistas y cuestionábamos al PC argentino, pero rescatábamos el compromiso militante del historiador. Muchos de nosotros nos volcamos de la militancia en historia a la militancia revolucionaria, y muchos de mis compañeros y amigos hoy en día no están más, habiendo pagado con su vida haber sido consecuentes con sus ideales.
En Hobsbawm, y en otros historiadores, veíamosclaramente una fusión de teoría y praxis por la cual la labor del historiador era lo que deseábamos: útil a la sociedad, a los explotados, a la clase obrera. Para ser un buen militante había que desarrollar el intelecto, o sea ser un buen estudiante. Y para ser un buen intelectual había que cotejar las ideas, cotidianamente, con una práctica política y social. Era un modelo distinto deintelectual al que predicaban tanto nuestros profesores como aquellos intelectuales vinculados al Partido Comunista: marxista, militante, creativo, no dogmático, con una formación cultural envidiable, y profundamente serio y científico en lo que hacía. En síntesis, era el mejor ejemplo de lo que un intelectual marxista debía ser. Es más, ni siquiera lo podían acusar de no tener “excelencia académica”...
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