La Columna Vertebral Y El Peat N
de Ana María Shua.
Mientras buscaba un caramelo en la cartera escuchó la voz del doctor Rosenfeld diciendo que la conferencia había terminado y proponiendo disfrutar del video. Cuando levantó la vista, el médico estaba exactamente en la postura que ella había imaginado, casi recostado, de brazos cruzados, con las piernas muy largas estiradas en una actitud relajada, tancómodo como la silla se lo permitía. Stella volvió a colocarse los auriculares para la traducción simultánea.
La primera parte de la grabación era repugnante y sangrienta. En ningún momento se mostraba la cara del paciente. No sólo estaba cubierta la zona que delimitaba el campo operatorio, sino todo el cuerpo tendido boca arriba. Acceder a la columna vertebral desde un abordaje anterior, entrandopor los costados del vientre, exigía cortar una cantidad importante de tejido. No hacía falta ver la cara o el cuerpo del paciente para saber que era muy gordo. La gruesa capa de grasa amarillenta también sangraba. En una segunda etapa se introdujo en el cuerpo un globo que al inflarse servía para mantener apartadas las vísceras y capas musculares. Stella desvió la vista. Como kinesióloga, esa partede la operación no le interesaba. Sintió una ola de calor que subía desde la espalda, cubriéndole la cara con un sudor espeso, y recordó que el doctor Rosenfeld había usado la palabra disfrutar. En su país ningún traumatólogo habría aceptado intervenir a hombre tan gordo. Buena parte de los efectos positivos de la operación serían anulados por el peso que el paciente cargaba sin piedad sobre suespinazo. Tal vez los médicos yanquis no pudieran permitirse elegir, considerando la creciente obesidad de su población.
Pero cuando el laparoscopio llegó por fin a la columna, el trabajo de los instrumentos en las vértebras le resultó fascinante. La técnica de Rosenfeld consistía en retirar el disco herniado, reemplazarlo por una jaulita rellena de material esponjoso (“cage”, que el intérpretesimultáneo traducía equivocadamente como “caja”) y fijar las vértebras correspondientes atando las apófisis dorsales con alambre de platino. Al eliminar el juego entre las vértebras transformándolas en una estructura rígida, la columna perdía posibilidades de movimiento, pero en cambio se alejaba el peligro de ruptura o fisura.
Entrar al lugar donde se preparaba el café para los que participaban enel congreso la devolvió a la sensación de malestar. Sobre una superficie metálica con muchas hornallas humeaban unas veinte cafeteras. Había café con sabor a avellana y café con sabor a vainilla, café con sabor a canela y café con sabor a almendra, café con sabor a jengibre y café con sabor a menta y probablemente hubiera también café con sabor a café pero Stella ya no estaba en condiciones deprobarlo, asqueada por la mezcla de esencias artificiales. Se secó la transpiración de la cara con un pañuelo de papel. Por suerte no se había maquillado.
En la sala de descanso se sintió mejor. Como siempre, el congreso paralelo que se desarrollaba en los pasillos, en las cafeterías de la universidad, era más interesante que las ponencias. Se encontró con un traumatólogo argentino que trabajaba ahoraen Holanda y con una colega colombiana. Pronto se encontró formando parte de un grupo que discutía con fervor sobre los resultados a largo plazo de ciertas soluciones quirúrgicas.
Desde el otro lado de la sala, un hombre de ojos claros la miraba fijamente. Aunque no lo conocía, Stella le sonrió y le hizo un gesto amistoso con la mano. El hombre usaba un inverosímil pantalón a cuadritos tannorteamericano como la pulcritud y la aséptica belleza de la universidad en que se desarrollaba el congreso. Las alfombras espesas, acolchadas (cómodas pero dañinas para el arco del pie, decía su mirada profesional), las paredes impecables, las oficinas con sus bibliotecas y su cuidadosa privacidad, en las que sin embargo ningún profesor se atrevía a cerrar la puerta cuando estaba con un estudiante,...
Regístrate para leer el documento completo.