Loren
RAY BRADBURY
El metal del cohete se enfriaba en los vientos de la pradera. La tapa se alzó con un pop. De la relojería interior salieron un hombre, una mujer, y tres niños. Los otros pasajeros se alejaban ya, murmurando, por las praderas marcianas. El hombre sintió que los cabellos le flotaban y que los tejidos del cuerpo se le estiraban como si estuviera de pieen el centro de un vacío. Miró a su mujer que casi parecía disiparse en humo. Los niños, pequeñas semillas, podían ser sembrados en cualquier momento, a todas las latitudes marcianas. Los niños lo miraban, como la gente mira el sol para saber en qué hora vive. ¿Qué anda mal? preguntó la mujer. Volvamos al cohete. ¿A la Tierra? ¡Sí! ¡Escucha! El viento soplaba como si quisiera quitarles laidentidad. En cualquier momento el aire marciano podía sacarle a uno el alma, como una médula arrancada a un hueso blanco. El hombre se sentía sumergido en una sustancia química capaz de disolverle la inteligencia y quemarle la memoria. Miraron las montañas marcianas que el tiempo había carcomido con una aplastante presión de años. Vieron las ciudades antiguas perdidas en las praderas, y que yacíancomo delicados huesos de niños entre los lagos ventosos de césped. Ánimo, Harry dijo la mujer. Es demasiado tarde. Hemos recorrido más de noventa millones de kilómetros. Los niños de pelo amarillo llamaban al eco en la profunda cúpula del cielo marciano. Nada respondía; sólo el siseo apresurado del viento entre las briznas tiesas. Las manos frías del hombre recogieron el equipaje. Un hombre depie a la orilla de un mar, decidido a vadearlo, y a ahogarse, Vamos dijo. Fueron a la ciudad.
Se llamaban Bittering. Harry y su mujer Cora; Dan, Laura y David. Edificaron una casa blanca y tomaron buenos desayunos, pero el miedo nunca desapareció del todo. Acompañaba al señor Bittering y a la señora Bittering, como un intruso, en las charlas de medianoche, a la mañana, al despertar. Me sientocomo un cristal salino decía Harry arrastrado por un glaciar. No somos de aquí. Somos criaturas terrestres. Esto es Marte, y es para gente marciana. Escúchame, Cora, ¡compremos los pasajes para la Tierra! Cora sacudía la cabeza. Algún día la bomba atómica destruirá la Tierra. Aquí estamos a salvo. ¡A salvo, pero locos! Tic-toc, son las siete, cantó el reloj parlante. Hora de levantarse. Harryy Cora se levantaron.
A la mañana, Harry examinaba todas las cosas el fuego del hogar, las macetas de geranios como si temiera descubrir que faltaba algo. El periódico llegó caliente como una tostada en el cohete de las seis. Harry rompió el sello y puso el diario junto al plato del desayuno. Trató de mostrarse animado. Hemos vuelto a los días de la colonia declaró. Bueno, dentro de diezaños habrá en Marte un millón de terráqueos. ¡Grandes ciudades, todo! Decían que fracasaríamos. Decían que los marcianos se resistirían a la invasión. ¿Pero encontramos a algún marciano? Ninguno. Oh, sí, encontramos las ciudades, pero estaban desiertas, ¿no es así? ¿No es así? Un río de viento inundó la casa. Cuando las ventanas dejaron de temblar el señor Bittering tragó saliva y miró a losniños. No sé dijo David. Quizá haya marcianos aquí, y no los vemos. A veces, de noche me parece oírlos. Oigo el viento. La arena golpea la ventana. Me asusto. Y veo esas ciudades allá en las montañas donde vivieron hace tiempo los marcianos. Y me parece entonces que algo se mueve en esas ciudades, papá. Y me pregunto si a esos marcianos les gustará que estemos aquí. Me pregunto si no nos harán algopor haber venido. ¡Tonterías! El señor Bittering miró por la ventana. Somos gente sana, decente. Miró a sus hijos. Todas las ciudades muertas tienen fantasmas. Recuerdos, quiero decir. Observó las colinas. Ves una escalera y te preguntas qué parecerían los marcianos cuando las subían. Ves pinturas marcianas y te preguntas cómo sería el pintor. Inventas así un fantasma, un recuerdo. Es...
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