Manguel
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“El lector y su doble”
ELOGIO DE LO IMPOSIBLE
Alberto Manguel
Impartida el 30 de marzo del 2007 en el Auditorio Silvano Barba del Centro
Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guadalajara,
México.
Comienzo con una de mis novelas policiales favoritas, Gaudy
Night, de Dorothy L.Sayers, leída por primera vez a los once o doce
años y después muchas veces releída. Aquella noche, después del
complicado casamiento de Lord Peter Wimsey con su amada Harriet
Vane, a quien el aristocrático detective había defendido de un oprobioso
cargo de asesinato, la duquesa de Denver, madre de Lord Peter, busca
en su biblioteca un libro para aliviar su mente de las fatigas del día. Su
mano sedirige hacia la novela de Cronin, Las estrellas miran hacia
abajo, que está tratando de acabar desde hace varias semanas, pero
decide que lo que necesita es algo menos lúgubre y más sedante, y la
anciana duquesa se va a la cama con un ejemplar de Alicia en el País
de las Maravillas. El lector, nostálgico, comprende.
La relectura es privilegio de la infancia y también de la edad
madura. De niñosnos gusta la repetición, saber que la misma hacha
abrirá la misma panza del mismo lobo travestido, y que otra vez el
mismo volcán vomitará de sus entrañas la roca salvadora con los
mismos viajeros del Centro de la Tierra. Más tarde, adolescentes y
adultos, buscamos los dudosos méritos de lo original y de lo nuevo;
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obligatoriamente, nos importan primero las literaturas experimentales y
luego las listas de best-sellers. Ya de viejos, hartos de novedad, el
recuerdo de una antigua lectura nos vuelve nostálgicos. Con la
esperanza de sentir una vez las emociones que (bien sabemos) no
pueden sentirse más que la primera vez, cuando ignorábamos que el Dr
Jekyll y Mr Hyde eran una sola y terriblepersona, abrimos los libros que
conocimos allá lejos y hace tiempo. El temor a la desilusión no nos
detiene. Volvemos a las consabidas páginas sabiendo que no
lograremos ser los candorosos lectores que una vez fuimos, pero que en
cambio, si tenemos suerte, podremos descubrir rincones insospechados
en esas geografías que creíamos conocer tan bien. Ya no podemos
razonar como Alicia, pero de pronto podemossentir, como ella, el terror
de ahogarnos en el mar de nuestras propias lágrimas.
Al final de su vida, Pablo Neruda quiso releer a Emilio Salgari, a
quien había leído cuando de jovencito escribía sus primeros versos en
un cuaderno de matemáticas, durante el abrasador verano de Cautín,
bajo el cerro Ñielol y, conmovido, el viejo poeta socialista soñó
nuevamente con ser un bucanero ávido de sangrey de tesoros. Adolfo
Bioy Casares, a los ochenta años, volvió a la historia de Pinocho. “No
sólo la leí en el libro de Collodi, su inventor, sino también en una serie
de la editorial Calleja, de autor no declarado, un tal Salvador Bertolozzi,
un madrileño que la continuó y que, por lo menos para el chico que fui,
escribió las mejores aventuras de Pinocho,” recordó Bioy. Y agregó: “El
más íntimoencanto de la aventura nos llega en la enunciación de las
circunstancias domésticas que la rodean.” Borges, pasados los sesenta
años, se acordaba perfectamente del diseño de la revista en la que, de
niño, leyó los Cuentos de la Selva de Kipling, recordando incluso si
cierta ilustración se encontraba en una página par o impar. Y sin
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embargo, al escuchar ahora esas historias leídas tanto tiempo atrás,
quedaba de pronto atónito, y confesaba que cierta frase, cierto detalle
olvidado, le había inspirado una frase o detalle en una de sus propias
ficciones.
Michael Dorris, el escritor indígena norteamericano, que de niño
había sido ferviente lector de la serie La casita en la pradera de Laura...
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