Me le como hasta el raspao
Allí vivía el filósofo Fernando González, cónsul en Bilbao, al que aborda un reportero, espantado por lasuerte de los reverendos capuchinos. González se declara confundido: “Nunca pensé que mis compatriotas tuvieran que volver a comer viandas innobles, alimentos fétidos… ¡nunca!”. Y a renglón seguido admite,sin faltar a la verdad, que en su niñez fue antropófago. Ensalza la carne de infante, “tierna, delicada y de mucho alimento”. Sugiere no comer niños de pecho pues por mucho que se les adobe siemprequedan sabiendo a caca. “¡Qué horror, señor Cónsul! Decidnos: ¿habéis comido misionero también?” González hace fo. Es carne “tiesa, acordonada y frondia”. Luego se burla de José Celestino Mutis, quejuzga a los nativos como feroces, antropófagos y pederastas. “Lo dice de oídas, porque los putumayos son todo lo que ustedes quieran menos eso último. Mutis oyó decir que se comían a los niños y, comoen España comerse a los niños es otra cosa, él, que era naturalista, tomó el rábano por las hojas”.
El periodista se indigna. “¡Creed que no nos sentimos nada orgullosos de haberos descubierto!”.González, impávido, le describe las partes aprovechables de los monjes, pocas por desgracia, pues en su mayoría son hediondas. “Cuando el misionero no sufre del hígado, la lengua es limpia y rosada, seprepara a la vinagreta y es un bocado muy apreciado, especialmente porque quienes la comen resultan hablando el castellano con ce y zeta”. Sirven, además, los ojos y las criadillas, “con las cuales seprepara un caldo de gran fuerza hormonal y tremenda potencia demográfica, llamado el Putu-Putu, o sea, en idioma nativo, el Omnipreñe”. Un laboratorio colombiano las paga “a treinta centavos el...
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