Mujeres
Charles Bukowski
MUJERES
Traducción de Jorge Berlanga
«Más de un hombre bueno ha acabado en el arroyo por culpa de una mujer.»
Henry Chinaski
1
Tenía cincuenta años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro. No tenía amigas. Las miraba cuando me cruzaba con ellas en la calle o dondequiera que las viese, pero las miraba sin ningún anheloy con una sensación de inutilidad. Me masturbaba regularmente, pero la idea de tener una relación con una mujer —incluso en términos no sexuales— estaba más allá de mi imaginación. Tenía una hija de seis años de edad nacida fuera de matrimonio. Vivía con su madre y yo pagaba su mantenimiento. Yo había estado casado años antes, a la edad de 35. El matrimonio duró año y medio. Mi mujer se divorcióde mí. Sólo una vez en mi vida había estado enamorado, pero ella murió de alcoholismo agudo. Murió a los 48 años, cuando yo tenía 38. Mi mujer era doce años más joven que yo. Creo que también ella está ahora muerta, aunque no estoy seguro. Me escribió después de divorciarnos todas las navidades una larga carta durante seis años. Yo nunca respondí...
No sé muy bien cuándo vi por primera vez aLydia Vanee. Fue hace cerca de seis años y yo acababa de dejar un trabajo de doce años como empleado de correos para hacerme escritor. Estaba aterrorizado y bebía más que nunca. Estaba intentando empezar mi primera novela. Me bebía una botella de whisky y una docena de cervezas cada noche mientras escribía. Fumaba puros baratos y le pegaba a la máquina de escribir y escuchaba música clásica en laradio hasta que amanecía. Me había fijado un mínimo de diez páginas por noche, pero hasta el día siguiente, nunca podía saber cuántas páginas había escrito. Me levantaba por la mañana, vomitaba y entonces me iba hasta la sala y miraba en el sofá para ver cuántas hojas había. Siempre excedían de las diez. Unas veces había 17, otras 18, 23, 25 páginas. Por supuesto, el trabajo de cada noche tenía queser corregido o tirado a la basura. Me llevó veintiuna noches escribir mi primera novela.
Los dueños del apartamento donde entonces vivía, que vivían en la parte de atrás, pensaban que estaba chiflado. Todas las mañanas, al despertarme me encontraba con una gran bolsa de papel marrón en el porche. El contenido solía variar, pero la mayoría de las veces las bolsas estaban llenas de tomates,rábanos, naranjas, cebolletas, botes de sopa y cebollas. Muchas noches me iba a beber cerveza con ellos hasta las cuatro o las cinco de la madrugada. El viejo acababa yéndose a dormir y su señora y yo nos cogíamos de la mano y a veces nos besábamos. Siempre le pegaba un buen beso en la puerta al despedirme. Su cara estaba terriblemente arrugada, pero ella no tenía la culpa. Era católica y tenía una pintamuy graciosa cuando se ponía su sombrerito rosa y se iba a misa los domingos.
Creo que conocí a Lydia Vanee en mi primer recital de poesía. Fue en una librería de la Avenida Kenmore, la librería Drawbridge. Estaba otra vez aterrorizado. Mucho más que aterrorizado. Cuando entré apenas cabía un alfiler. Peter, que llevaba la librería y vivía con una negra, tenía delante de él una pila debilletes.
—¡Mierda —me dijo—, si siempre pudiera llenar esto de igual manera tendría bastante dinero para hacerme otro viaje a la India!
Yo entré y comenzaron a aplaudirme. En lo que se refería a lecturas poéticas, me lucía la gloria por las pelotas.
Leí durante media hora y entonces hubo un descanso. Todavía estaba sobrio y podía sentir todos los ojos mirándome fijamente desde la oscuridad. Algunaspersonas subieron a hablar conmigo. Y luego, durante un momento de calma, subió Lydia Vanee. Yo estaba sentado a la mesa bebiendo cerveza. Ella puso ambas manos en el borde de la mesa y se inclinó para observarme. Tenía una larga cabellera castaña, nariz prominente y uno de sus ojos no acababa de conciliarse con el otro. Pero proyectaba vitalidad —una de esas personas que no pueden pasar...
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